domingo, 14 de marzo de 2021

A través de un sueño que tuve hace unas horas conecto las circunstancias personales de mi existencia con algunas novedades en mi teoría sobre la producción onírica

Y escrito está que el hombre, mientras duerme, durante el sueño profundo, entra en su propio interior y vive en el atman. ¡Qué maravillosa sabiduría entrañaban esos versos! Todo el conocimiento de los grandes sabios se había reunido en estas palabras mágicas, puras como la miel de las abejas. No, no se debían menospreciar los enormes conocimientos que aquí se guardaban, reunidos por innumerables generaciones de sabios y penitentes, que habían logrado no sólo conocer este profundo saber, sino también vivirlo. ¿Dónde se encontraba el experto que era capaz de retener el atman desde el sueño hasta el despertar, durante la vida, con cada paso, palabra o hecho?"

(Herman Hesse, Siddharta). 


Introducción. Me desperté después de soñar unas cosas que me dejaron pensando que hasta el día de hoy mi comprensión del sueño como fenómeno propio de la mente humana era súper minusválida y simplista. Entonces voy a empezar a contar qué es lo que soñé y en qué  modificó mi perspectiva. Yo hasta el día de hoy creía más o menos que los sueños son como películas sucediendo en tu cabeza; y en este aspecto la posibilidad de intervenirlas era nula porque como una película ya estarían "filmados" o "preprogramados" de principio a fin. Por supuesto, la idea de sueño lúcido aporta evidencia en el sentido contrario. Pero la lucidez en el sueño es particularmente difícil de obtener, y requiere un entrenamiento específico. Como nunca lo había vivido lo consideraba en los términos de una excepción, una rareza. Y, si bien el sueño que hoy tuve no fue estrictamente hablando un sueño lúcido, si me llevó a la consideración de que el contenido de los sueños no está dado de antemano, como una película, sino que lo creamos a través de una proyección de nuestra conciencia, o de nuestra falta de conciencia (lo que equivale a decir, nuestra incapacidad de distinguir lo real de lo ilusorio porque seguimos con la percepción nublada por el velo de las apariencias). Los sueños lúcidos demuestran, en el onironauta, un grado de conciencia entrenado. Pueden manifestar cualquier imagen o sensación que su mente pluguiera en el contexto de un sueño. Pero, aunque no estemos atravesando una experiencia de lucidez en el sueño, nuestra mente determina de igual manera lo que estamos o no soñando, en la medida en que los sueños nos ponen ante decisiones reales, y frente a esas decisiones reaccionamos de forma tal que, como en la vida diurna, nuestros actos tienen consecuencias y producen cambios en las vidas de les demás. Puede parecer absurdo lo que estoy diciendo en la medida en que las personas de los sueños "no son personas reales". El tema es que cuando soñamos no estamos al tanto de eso. Y de personas ficticias cuando estamos inmersos en una ficción también nos enamoramos (o las odiamos). 

Ejemplo: hoy soñé que me atendían en un hospital, que era también un hogar de niñes y el conservatorio en donde aprendí sobre música de los 15 a los 19 años. En el hospital me diagnostican una enfermedad, pero esa parte del sueño es privada y no nos interesa acá. Lo que sigue sí: cuando salgo unos nenes me empiezan a gritar cosas y a tirar piedras por trolo. Esta situación es recurrente en mi vida y yo ya estoy acostumbrada. En el sueño cruzo la calle y cruzo corriendo, aunque viene un bondi y temo que me atropelle en el apuro. Corro y acelero el paso. Pero un pibito en cuestión se cebó conmigo y me sigue tirando piedras y diciéndome cantidad de cosas. Así yo reacciono perdiendo el control. Y me acerco (aunque hace un rato corría de esa situación), le grito cosas incoherentes ("maricón") y le digo cosas demasiado crueles como para decírselas a un menor de edad. En medio del griterio aparecen unos curas de la institución donde alojan al pibe, y con un sello en un papel dicen que lo "excomulgan". Entonces yo me arrepiento, y me quiero hacer la que no lo conozco para no comprometerlo. Acto seguido voy caminando con dos amigues, F. y W. por una calle alejándonos de aquel lugar. F. me explica que ahí el pibe tenía un techo y que así no estaba en la calle. Y yo siento que al final día lo único que hice fue botonearlo. Se me cae una bolita del septum. Me agacho a buscarla pero veo que hay un desagüe en ese lado de la calle y sigo caminando. No quiero hacerles perder tiempo a mis amigues. Seguimos caminando y despierto.


Interpretación: el sueño plantea en un primer lugar a la problemática de la clase social. Que yo experimente cierto tipo de ansiedad por la forma en que salgo vestida a la calle no jerarquiza la visibilidad de mi expresión de género por sobre un contexto colectivo en el que mis privilegios de clase son una condición de posibilidad para las oportunidades que tengo en la vida. El sueño refracta el siguiente pensamiento: "quienes no han tenido como vos las mismas oportunidades podrán sentir resentimiento por la forma en que tu aspecto habla de tu crianza en una familia que te proporcionó comodidades y un bienestar material del q muchas personas carecen". Ojo, la afirmación detrás de este pensamiento no es verdadera ni es falsa; es, sin embargo, una dotación de sentido subjetiva con la que yo cargo a la realidad. Yo no sé si las personas que me ven en la calle piensan o no algo parecido, porque nunca se los pregunté. A esta brecha entre lo imaginario y lo real el psicoanálisis lacaniano la denomina "fantasma". Por otra parte, simplificando a Freud, los sueños son pensamientos distorsionados en forma de recuerdos, imágenes, sensaciones y conexiones de carácter lingüístico (entre muchísimas otras cosas, por supuesto). Los significantes de mi sueño se descomponen en los siguientes significados:

  •  El conservatorio, el hospital y el hogar de niñes: estos tres ámbitos se relacionan con episodios numerosos en los que atravesé por instituciones de salud en busca de la cura de ciertas condiciones corporales que me aquejaron hace un par de años. El hogar de niñes es una figuración del conservatorio, a su vez, porque el edificio en que hoy en día queda el conservatorio Gilardo Gilardi, al que así asistí durante unos años, fue, en sus orígenes, una institución donde alojaban a niñes sin hogar.
  • Una enfermedad: un malestar que me aquejó en su momento se vincula hoy con un nuevo malestar, la lesión de mi rodilla, de la que ya hablé oportunamente.
  • Unos nenes me insultan y me tiran piedras: esto me pasó en distintas y numerosas situaciones, una vez me tiraron baldosas rotas cruzando plaza moreno (el centro de La Plata) estando maquillada y la forma en que salí al paso de esa situación fue sentarme en un puesto de panchos con una persona que me acompañaba, empezar a comer unas papas fritas que alguien había dejado sin comer mientras quienes nos perseguían se acercaban y nos amenazaban; estando yo ebria de brandy me paré, miré a uno a la cara, y diciéndole "¿qué mirás maricón?" le escupí las papas fritas que estaba masticando en la cara (=!?) ante lo que me pegó una piña, me caí arrastrando unas sillas y los dueños del local los echaron (lo sé es cualquier cosa esta anécdota) (por eso más adelante en el sueño el insulto maricón se lo devuelvo al pibe que me está tirando piedras, porque es lo que hice en una situación similar años atrás, devolver al agresor la sin razón del insulto por cuyo motivo me estaba agrediendo, ser "maricón").
  • Cruzo la calle corriendo: esto no logro relacionarlo bien con algo en particular, pero la idea de poder correr expresa una realización de deseo ya que, en este instante, mi capacidad de locomoción está disminuida y caminar me es dificultoso.
  • Cosas demasiado crueles como para decírselas a un menor de edad: lamentablemente, perdí la cuenta de los detalles con respecto a este mensaje. El ejercicio de recordar los sueños implica una atención minuciosa puesta a los detalles en una carrera a contrarreloj contra la amnesia. Priorizar algunos implica la pérdida irrecuperable de otros. No pude llegar a anotar con precisión qué es lo que le dije (pero en parte, qué es lo que le dije, qué es la crueldad detrás de ese mensaje forma parte de lo reprimido, de lo insoportable que el sueño trajo a la luz y cuyo carácter de crueldad implicó de por sí su propia censura a través de la amnesia. No es casual que me lo haya olvidado).
  • Los curas "excomulgan" al pibe con un sello en un papel: estos son restos diurnos de los días precedentes; estuve preparando un final de historia moderna (que desaprobé con un 2) y una de las unidades a estudiar fue la reforma protestante, de ahí que tuviera a mano la idea de "excomulgar"; el sello, en cambio, viene de un chiste que hizo Symone en el Snatch Game de la decimotercera temporada de RPDR.
  • F. me explica que lo que hice no estuvo bien: en el sueño no reaccioné calmadamente a la incitación de mis pensamientos y miedos; por el contrario, me descontrolé y mis acciones tuvieron un resultado que condicionó para peor la vida de una persona de por sí vulnerada por la estructura social. Mi amigo se encarga de explicarme que en el hogar aquel, aunque sea, el pibe tenía un lugar donde dormir y jugar.
  • Se me cae una bolita del septum y la pierdo: finalmente, tengo que remitir a la cuestión de la clase social una vez más, porque la modificación corporal es un indicador a través del cual yo quiero plantear a la sociedad, a través de mi apariencia, una situación de rechazo y de negatividad con respecto a los valores normativos de la cultura en que yo fui educada. Sin embargo, esa modificación corporal comporta una seña estética, que por más aritos o tatuajes que yo me haga, no cambian la realidad material ni ocultan realmente los privilegios que soportan mi facilidad para rondar hacia mis metas dentro del contexto colectivo en que vivimos. La caída del arito es un simbolismo que refiere a la hipocresía, de la misma forma en que podría caerse la careta que configura a la persona (es decir, al personaje que interpretamos en este juego de roles que se llama sociedad). 
  • Me detengo a buscarlo pero elijo no hacerle perder tiempo a mis amigues: buscar el arito pequeño en el asfalto me hubiera detenido durante más de un minuto en una actividad probablemente infructuosa. El tiempo es la limitación material que bloquea al animal humano en la consecución de su alegría, por el hecho paradojal de que es el único animal que tiene conciencia de su propia temporalidad; en las sociedades modernas, industriales y capitalistas, donde los medios comunes de subsistencia ya han sido privatizados, comporta el único capital de quienes nos conformamos como clases trabajadores y debemos depender de la venta de nuestro tiempo y energía a cambio de un salario para sobrevivir; el tiempo es, en definitiva, la preocupación existencial más acuciante, la causa de cualquier angustia, y además, la certeza de nuestro deterioro físico. El contenido de la última acción que decidí en este sueño supone la siguiente afirmación: no desperdiciarlo en una actividad vana.
Conclusiones. Buscar el arito al lado del desagüe era una actividad vana porque lo más probable era que se hubiera caído ahí dentro. Pero, si a esto superponemos el contenido simbólico que fui hilando previamente, desperdiciar el tiempo de mi vida en esa actividad vana connota un aprendizaje mucho más elevado y que fue el fruto de la experiencia acumulada en todo mi sufrimiento de haber devenido en persona adulta. No sirve, me digo a mí misma a través de los pensamientos manifiestos de la producción onírica (pensamientos que, como mencioné más arriba, han sido desplazados en imágenes, recuerdos, restos diurnos de los últimos días y encadenamientos de significantes lingüísticos) intentar cambiar mi posicionamiento en la estructura social a través de cambios superfluos, estéticos; no sirve, en definitiva, pretender ser lo que nunca voy a llegar a ser y engañarme a mí misma al intentar engañar a les demás. Dejar de ser auténtica es la marca de una vergüenza con respecto a mis orígenes, y en esa vergüenza hay tanto carencia de amor propio como miedo de ahondar en la definición que concierne a la originalidad de mi camino, aquello que solamente yo estoy llamada a realizar en este entorno social e históricamente definido y que, de no asumirlo como propio, me va a conducir a la locura de habitar a través de la mentira. Las demás personas, creo, pueden ver esa inseguridad: pueden ver esa falta. Y en esa delación que yo perpetro contra las propias tendencias de mi personalidad hay un riesgo que es el más grande de todos: escurrírseme el tiempo de mi vida entre los dedos de las manos, dejarme morir sin llegar a ser yo misma realmente.

Los sueños no son irracionales y en ellos no ocurren actos involuntarios. Partiendo de estas consideraciones, puedo ya retomar lo que dije en los primeros párrafos de esta reflexión. Porque yo creía hasta hoy que en un sueño une no elegía (en el 90% de los casos, es decir, exceptuando aquellos momentos de lucidez y sueños extremadamente vívidos, etcétera) como su, por así llamarla, persona onírica (que, como el sujeto lírico de la poesía, se superpone al autor del poema pero bajo ningún término es su equivalente) se desenvuelve en el contexto de los pensamientos que, cuando soñamos, son actos de la conciencia materializando una realidad. Pero, ¿los sueños son una realidad? ¿no se supone, (dirán quienes se aproximen a esta materia guiades por la linealidad del pensamiento lógico) que son un campo de la ficción y del absurdo? Sí lo son. Pero yo parto de un punto de vista según el cual una realidad ficticia es tan, o incluso, más real que la realidad propia que vivimos día a día, también, de la misma forma y con la misma aquiescencia supina: sin interrogarnos qué es lo que es. Si los sueños existen, eso significa, mal que nos pese, que la realidad diurna también podría ser un sueño. Un sueño enorme y tremendo del que nos despertamos al morir. Y del que entonces sólo recordamos los últimos cinco segundos. A esto ustedes podrán oponer un argumento: si la vida real fuera un sueño, entonces estaría cargada de lagunas de absurdo y sinsentidos falaces; los peces volarían y los gatos nadarían; los toros darían leche y las vacas ordeñarían al humano; las plantas crecerían sobre cemento y el cemento sería comestible, y largo etcétera de situaciones que son afines a los deslices del sentido común y de la linealidad de la lógica presente en todos y en cada uno de los sueños, en donde, como en la mitología de los pueblos de cultura oral, a (por ejemplo, una divinidad) puede ser tanto b (la luna) como c (otra divinidad, o un árbol, o un semidiós) sin contradicción. Sí, eso es cierto, y sin embargo: ¿cómo puede ser que cuando soñamos estas contradicciones lógicas, estas lagunas del absurdo y deslices de la racionalidad ocurran y nosotres, sin caer en cuenta de ello, salvo en situaciones extremas en que tomamos conciencia de todo eso (y muchas veces cuando eso ocurre despertamos de inmediato), no lo percibimos como algo extraño? De la misma manera, yo les digo que podemos estar soñando un enorme y tremendo sueño en el que nada tiene sentido, y de eso nos vamos a dar cuenta cinco segundos antes de morir. Ustedes podrán decir: sí, pero eso es una suposición fantasiosa, y no coincide con la realidad que experimentamos con los sentidos y que ordenamos a través de la dirección de nuestra mente. Y a esto yo sólo podría preguntarles: ¿por qué están tan segures? 

La problemática sobre qué es lo que son los sueños no es posible de ser analizada cabalmente por los medios de la ciencia; un sueño es un pequeño fragmento del gran misterio: el nacimiento y la muerte, el origen de la experiencia y el trasfondo sobre el que figura el limite primordial e infranqueable de la razón; el sueño es un fragmento pequeño que a la vez es un gran abismo hacia el interior de la conciencia del animal humano. Admitamos, como punto de partida, que hoy más que nunca, aun con los medios aportados por la neurociencia, y precisamente por lo mucho que ellos adelantan las posibilidades de un conocimiento objetivo al respecto de la producción onírica, tenemos que asumir como punto de partida que nada sabemos realmente acerca de los sueños, y que la ignorancia acerca de ellos es ignorancia acerca de nosotres mismes. Escuchar el dictado de la inconciencia puede ser doloroso: por eso, si el sueño y sus revelaciones apolilladas de saberes liminales son aliviadas por la amnesia automática al despertar (hay quienes ya ni siquiera recuerdan sus propios sueños y cuando se duermen ven su conciencia consumida por una pantalla negra: eso les proporciona alivio, y mientras más crece una persona más difícil le es recordar sus sueños, de la misma manera en que el alcoholismo dificulta esta tarea) de la misma manera oponemos una resistencia automática facilitando este proceso y dejando que el contenido onírico manifiesto se diluya. Recordar los sueños supone, como la gimnasia corporal, un ejercicio que a priori es poco placentero. ¿Quién quiere prender el velador a las cinco de la mañana y ponerse a escribir en un cuaderno con los ojos vencidos y la posibilidad de quedar insomnes en el proceso? Y, cuando despertamos definitivamente, ¿quién no prefiere salir de la cama e ir a comer algo dulce y a mear - eso cuando no se queda une girando envuelto en el confort de unas sábanas de las que, irremediablemente, el trajín del día va a forzar nuestro abandono  - antes que, con lagañas y el cuerpo entumecido, ponerse a redactar un largo argumento repleto de lapsus y meras idioteces con el solo fin de intentar preservar en la memoria un campo de la experiencia que, por el mero hecho de vivir como vivimos y en el siglo XXI, subestimamos? No obstante, la única forma que tenemos para alcanzar ese conocimiento y profundizar nuestro acceso a ese campo difuso de experiencia, es la escritura, la narración del sueño, y, en específico, de sus más intrincados detalles. El detalle es el artilugio del brujo, y quien presta atención a los detalles, como dice el dicho, realiza sutil magia. Por otra parte, ¿no es el sueño la manifestación de todo lo más subjetivo que la construcción de sentido de una persona alcanza? ¿no es el ámbito más privado, más confesional e íntimo? Poner sueños al descubierto de quien quiera leerlos supone, como yo hago acá, un sincero acto por medio del cual se desnuda a la inconsciencia y sus tendencias más oscuras. La fuerza oscura y reprimida que late por debajo de la vida diurna se expresa a sus anchas cuando la mente, en un plano que desconoce tanto el espacio como la temporalidad (de ahí la fusión de cronologías y la mezcla confusa de dos o más personas en un mismo cuerpo que la vida onírica ofrece) se entrega a su propia interioridad, al ejercicio solipsista de transformar el mundo filtrado por su producción de sentido en una nueva realidad más profunda y, como yo digo, más real que lo real, en tanto y en cuento es la realidad intermediada a través nuestra propia visión y percepción subjetiva de la realidad. La ficción resultante, que no iguala al mundo, ofrece, empero, un espejo invertido de sus valores, de su contenido y dimensión. La ficción del sueño es tan real como la vida misma y, como decía en el párrafo anterior: nada nos dice que la realidad que creemos real no sea otra capa de ilusión y fantasía, de la que estamos destinados a despertar ni bien la muerte nos despierte. 

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
(Bécquer).


Los sueños no son irracionales y las acciones que en ellos cometemos no son involuntarias. Si concedemos validez a esta afirmación, vamos a comprender que como nos manejamos en la vida, así nos va en los sueños. Las cosas que hacemos son un reflejo de nuestro temor y de nuestro grado de conciencia. Yo tuve la oportunidad, hace unas horas, de no ser una persona con prejuicios clasistas; sin embargo, en el desliz de un olvido y de una furia inconducentes, me arroje sobre una víctima con aires de superioridad moral, insultándola con un insulto que es el que yo creo que ella me dirige ("maricón") cuando el verdadero objeto de su agresión no es mi expresión de género y ni siquiera mi persona y mi individualidad en específico. La dificultad de afrontar un encierro involuntario debería ponerme del lado de la persona que lo padece, y no en su contra, por más que desde mi ansiedad por ser agredida en la calle yo distorsione el origen del conflicto; y es que, como cantaba Sara Hebe, el conflicto es un reflejo del concepto de clase. De haberme pasado "despierta" yo jamás me hubiera ensañado contra un niño que padece un encierro involuntario, por más que me trate de puto. Pero esta vez me pasó durmiendo y en el laberinto de mis sueños (que, recordémoslo, es una proyección de mi mente materializándose en imágenes y sensaciones al crear una realidad ficticia a partir del reflejo subjetivo con que yo valoro y atravieso la existencia) y entonces, por no tener ahí control sobre mis actos, y creer que estos son carentes de repercusión, al actuar de forma inconsciente en menos de un segundo fui y me encargué de ofrecer, a la luz de mi conciencia (la cual nada quería saber de esos sentimientos reprimidos), mi velado odio de clase, aquel odio que yo a través de gestos estéticos y de compromiso aparente digo rechazar pero que, de forma controladora y obsesiva me encargo de suprimir de mi actividad psíquica, de forma tal que el retorno de lo reprimido genera esta nueva realidad en la que yo me encargo de denunciar a un pibe sin hogar y le digo cosas tan inopinables que ni siquiera las recuerdo (la atención a los detalles es un acto de magia y hechicería) para que, en el medio de toda esta secuencia, vengan unas autoridades a darle una excomunión, razón por la cual de forma involuntaria (mediada por un acto de inconsciencia, por no haber podido dirigir adecuadamente lo que pasa en mis pensamientos y la forma en que estos materializan una realidad ficticia en la que soy puesta a prueba) pondría su destino en una situación aun más precaria de aquella en la que ya estaba, y me voy estúpidamente sintiendo una culpa; culpa que, en charla posterior con un amigo, objetivo por medio del sueño en los términos de un aprendizaje lo que desde un primer momento fue un error y un exceso de soberbia: odio de clase, dije más arriba, y esa hipocresía genera condiciones de extrema peligrosidad en mi constitución como persona, en la medida en que yo soy manipulada por ideologías que digo rechazar, pero que en el fondo de mi subjetividad (tal como el sueño lo dejó expreso) me operan y me contradicen, me llenan de alergia y de veneno; tomar noción de esas contradicciones es, no obstante, tomar control de lo que yo expreso como producción de sentido, y solo a través de asumir esa conciencia (que el sueño me deja como experiencia en un diálogo en el que mi amigo me deja en claro qué es lo que paso, y por qué lo que hice fue una reverenda basura y un acto de mierda) puedo identificar precisamente que ese odio de clase que yo manifesté veladamente es, sin embargo, una distorsión ideológica de la que me desprendo para reforzar mi convicción en un análisis sopesado y estricto de las relaciones de clase en una sociedad capitalista: todes quienes dependemos de trabajar para vivir somos pobres, que existan "pobres más pobres" y "pobres no tan pobres", que existan "pobres buenos que trabajan" y "pobres malos que son encarcelados o llevados al loquero" (o cuyas infancias pasan "desvelados en un tribunal de menores", que es también el comienzo de un estigma que con la inevitable desgracia de atravesarlo la moral tóxica de la sociedad burguesa refuerza y acrecienta día a día y con el paso de los años) es, precisamente una condición para que las clases dominantes, que se constituyen por una minoría demográfica que concentra los recursos derivados de la producción económica y orientan su perfil a un esquema de ganancias y reinversión de esas ganancias para seguir acumulando a través de la privatización de bienes y servicios distribuidos bajo la norma del consumo, puedan seguir ejerciendo y reforzando su dominación. El odio de clases, el pobre que odia al pobre, es una condición casi diría que estructural para que el capitalismo consumista perviva. Y mi mente, tal como materializa pensamientos en imágenes y me pone a prueba al recrear las condiciones objetivas de mi realidad a través del filtro subjetivo con que me atraviesa y la siento, me demuestra que yo soy parte del problema. Y no solo soy parte del problema sino que, en gimnasias mentales de postureo estético (el septum se me cae como se cae una careta, recuerden) y de argumentación moralista, digo que no lo soy, y, como en estas líneas, denuncio y critico la estructura productiva de la sociedad y sus fundamentos ideológicos y económicos; pero, acto seguido, sigo siendo una mónada consumista y solipsista, sigo siendo un mono agenciado por la modernidad capitalista, un sujeto colonial blanqueado de un país genocida criollo en sudamérica. Y la condena del mundo moderno pesa sobre mi vida y me hiere en lo más fundamental, como si tu sombra te acuchillara, como si existir es ser cómplice de un delito que se denuncia pero que aun si necesitás que se reproduzca para obtener tu bienestar a costa de sus víctimas, que ya ni siquiera hace falta repetir quienes son, porque todes lo sabemos y muy pocas personas se organizan para oponerle resistencia o hacer siquiera algo efectivo. Yo dije, en repetidas ocasiones en este blog, que pasé a descreer de los intentos individuales y colectivos de organización para la transformación social: ¿pero qué clase de miseria humana se esconde detrás de esa renuncia? Me interrogo acerca de estos defectos, que son mis defectos, que tal vez son tus defectos, que son el miedo que nos recorre a todes, y en un espacio abierto a la lectura de ojos públicos (¿llegaste acá a través de una cuenta de twitter, acaso?) para que, en el planteamiento de un problema, el problema se expanda, y su urgencia se haga oír. Pero eso no es suficiente, y mientras el miedo aumenta yo debo pensar qué carajo voy a hacer para sobrevivir a costa de un salario, a qué me voy a dedicar, qué valor de cambio podría producir para no ser un parásito de la sociedad. Y hallo pocas salidas, hallo pocas alternativas, hallo una posibilidad (¿pero cómo hago para ir hacia esa lado?¿cómo me convierto en el proyecto de ser humano que idealizo en mi imaginación y que siempre postergo a futuro?) pero...

Hasta acá por hoy...


 

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