domingo, 1 de septiembre de 2019

Reflexiones del 31 de agosto de 2019

Hablando se reinventa el ser humano (31 de agosto, 2019).
No les voy a contar de mi primer amor. De la primera vez que me enamoré. Porque eso fue un desastre. Cansancio, cansancio de pensar una y otra vez las mismas cosas. ¿Cansado? ¡Silencio! Hubo una noche, en el año pasado, y el año traspasado, y el año anterior al traspasado, hubo siempre una noche en la que… ¡No! Mentira: todo eso que recuerdo fue mentira. Nunca pensé, realmente, en…nunca pensé seria, total y definitivamente, en la muerte.
Y sin embargo: ¡Qué desdichado me sentía! ¡Qué hondo y sentido pesar me inundaba la vejiga! No quiero sonar como si fuera la más lastimada persona, y aún así, el dolor que yo sentí fue verdadero. Pero formaba parte de una corriente de mi pensamiento adolescente. Fue un cauce de agua destinado a agotarse; con la madurez, fuera ésta temprana o tardía, todo lo monstruoso y fantasmático que conllevaba mi pensar en el suicidio, se extinguiría, por fuerza mayor, por adquisición gradual de la conciencia…
He pensado durante mucho tiempo en la naturaleza del dialogar, en la realidad intrínseca al acto de compartir la propia experiencia a través de las palabras, con personas que nos escuchan y nos devuelven su propia experiencia de vida, y constituyen así, en el acto del encuentro, una nueva experiencia, dialogada, de lo que significa existir, e ir creciendo, e ir depurando las sensaciones angustiantes de esa soledad que creemos imperecedera.
La soledad es y no un pedregal arenoso en el panorama de nuestros años pasados y venideros. Por un lado existe, y nos carcome, y sabemos que algo nos está pasando, algo tan genuino y extraño, tan inédito y característico de la carnadura vital que nos cupo en suerte que comunicarlo, tratar de hablar de ello, sea como sea, sea con quien sea, sería ridículo, sería imposible. Pero, he aquí la paradoja: la soledad, de pronto, se diluye, ¿en qué momentos? Cuando conocemos a alguien que derrumba todas las murallas de la lengua y se arrima a la frontera permeable del propio cuerpo, cuando perfilamos un nuevo amor con una persona que altera nuestros paradigmas amatorios, cuando en comunión con una constelación pasajera de individuos en la extensa noche de nuestra existencia dichos individuos dejan de serlo y emerge entonces un ingente colectivo, una realidad por fuera de lo real, contextualizada en la chispa del instante, un entonces efímero y no por eso menos impactante, sino todo lo contrario.
 ¿Quién no se ha cansado de hablar y de hablar para descubrir que es posible comunicarse, darse a entender, comprender al otro que se nos acerca y a su vez, que es imposible llegar al corazón exacto de nuestros sentimientos, al punto concentrado en el que lo nuestro es único y nunca se repite y está pasando para no volver a suceder jamás en la historia (por lo demás aburridísima) del universo en expansión?
Porque estamos en conflicto con nuestros propios pensamientos, no recordamos que el pensamiento no recoge la ambigüedad primera que consiste en estar vivo, en ser una entidad inexplicable, y a su vez, en creernos capaces de explicarnos por los medios del lenguaje, lo que es una ilusión, pero es la ilusión que a su vez nos mantiene vivos, y nos ayuda a transformar el mundo transformándonos en la estructura misma de nuestra vertiente interior.
¡Hablo de espiritualidades, hablo de cosas absurdas, hablo de lo que nunca nadie reflexionó con devoción, porque sé que en el pasado hubo hombres y mujeres sinceres, pero sé que su historia de vida tampoco les permitió, en la medida de que el recuerdo humano es parcial y mezquino, dejar la impronta que sus enseñanzas merecían, permanecer indeleble sin ver trastocados por subjetiva mano la constitución cierta de lo que sea que hayan dicho!
Hablo del legado que todos nos merecíamos tener, el legado que nadie nunca tuvo.
Hablo de la historia de cualquier ser humano, que hoy es recordado con cariño, mañana con un dejo de indiferencia, traspasado mañana con clandestino fervor o declarado encono y, una semana más tarde, ni siquiera es recordado, su cuerpo ya polvo es hasta más real que su nombre sin polvo, pues ya nadie lo menciona, ya nadie lo recuerda, y apenas es sopesado en la mente de algún poeta adolescente, ¡yo fui uno de esos! que luego crece y también se olvida, olvidándose a la par de sus valores iniciáticos, de su profesión de fe primera, de su altísimo ideal por generar un cambio sensacional en la sociedad.
Oh: qué triste es, entonces, escribir y escribir para no dejar memoria de nada. Qué triste es dedicarse a la escritura, qué noble, pero enfermiza y postergada vocación, y por eso mismo, la más extraña, la que más sinsabores nos deja, la que con más desilusionada expectativa nos llena de asco y tristezas a medida que nos vamos alejando del yo niño, sereno e imaginativo, y del yo adolescente, furioso, combativo y sensual y del yo juvenil, hastiado de la hipocresía del mundo pero de a poco acostumbrándose a él, y comprendiendo que mejor sería gozarlo, y adecuándose de forma tal que sufra lo menos posible, sin dejar de traicionarse un poco pero, al traicionar su propia identidad, convirtiéndose en un ser humano más real, más al tono con su época, más en equilibrio con su mundo espiritual, con su imaginación, con sus circunstancias de vida, con sus deseos inconscientes…
¿No te suenan las cosas que estás leyendo? ¿No te parece para nada exacto las cosas que así describo? Acaso seas humano de muy otra laya, quizás tus opiniones respecto a la vida sean distintas, y probablemente no comprendas porque me dedico a dar por sentado que lo que uno vive es un proceso de aclimatación a un infierno que a fin de cuentas, no es tan infernal como nos lo pintan. Preciso es que comprendas que yo no creía en la realidad de las palabras. Y con el paso de los años lo entendí, gracias a Octavio Paz y a Hermann Hesse lo entendí, gracias a las obras más disparatadas y diversas lo entendí: las palabras, vaya, son lo único que nos queda, son nuestra única trinchera existencial.
¡Bobo! ¡Humano de cuarta categoría! ¡Parlanchín bufón de las letras y artesano de la voltereta lingüística! ¿Elegiste creer que vivís en una cárcel? ¿Preferiste entender las cosas al revés de la enseñanza dogmática del “todo esto ya pasó” o de la castrante y piadosa religión, que enseña las cosas de forma tal que tu libertad nunca asome por la puerta de enfrente ni por la postrera o siquiera por las hendijas de la persiana?
Libertad, libertad es lo único por lo que podemos sentirnos orgullosos u orgullosas o, si prefieres también que no te defina en función de un género binario (comprendo muy bien tu vocación por la libertad, porque la libertad está por fuera de la concepción dual y occidental del género), orgullose; libertad es la única función y misión en nuestras vidas y, sin embargo, por ser de esencial valor, la más tergiversada, la más imprecisamente definida por todos los seres, la más peleada, la más entreverada en discursos hegemónicos y contrahegemónicos, revolucionarios y reaccionarios, de derecha, centro e izquierda y de arriba para abajo o de abajo para arriba.
Convengamos primero en que la libertad no tiene nada que ver con lo que yo escribo al escribir libertad. No tiene nada que ver, tampoco, con lo que oyes al oír pronunciados los fonemas que conforma la palabra que en idioma castellano significa libertad. Piensa que en idiomas tan dispares usan otras palabras: en el archipiélago cuya identidad nacional hoy en día se piensa en términos de “Indonesia” (otra verbal y fantasmagórica invención), quienes allí habitan significan el mismo o un similar concepto al escribir y pronunciar kebebasan. ¿Entonces la libertad es lo mismo para ellos, que ni siquiera piensan la libertad con las mismas sílabas, con las mismas consonantes y vocales? Destierren ya de sus cabezas la idea misma de que una idea se asocia unívocamente con sus representaciones lingüísticas, pues yo les digo con ojos de loco que nada de lo que el lenguaje humano nos permite decir es exactamente la verdad.
No hablemos ahora de la verdad; convengamos, de antemano, que la verdad existe, que algo llamado “la verdad” o “lo verdadero” es tan real como tu propio cuerpo y consciencia de tu cuerpo. Si no lo fuera, ¿cómo explicaríamos siglos y siglos de lucha con respecto a un mero concepto, a una representación lingüística de lo que queremos decir al decir “verdad” y “verdadero”? Por las palabras también se lucha. Y las palabras son motivo de disputas tan asociadas al armazón material de la realidad que nos sorprendería, al fin al cabo, suponer que el lenguaje humano no es más que una vanidosa certeza de que las cosas tienen un sentido preciso, un único sentido, un momento en el que quedan grabadas en su identidad de allí en más y para siempre en toda la eternidad.
Precisamente porque, como decía Wittgenstein (ver su conferencia sobre ética), queremos atribuir un valor eterno a las palabras, cuando las palabras son pronunciadas por personas en contextos limitados, la experiencia humana es finita, y pronunciamos que el bien y el mal es esto y lo otro, y sin embargo, no tenemos noción de la totalidad de las cosas que pasan en el mundo, ni de todas las que pasaron y de las que aún tienen que pasar; entonces, ¿Cómo suponer que este bien y este mal que yo digo son categorías universales, que no se extinguen en las limitaciones y veleidades de mi tiempo, que ya estaban dadas allá en donde fueron creadas como expresión, como sonido, como significantes y que perdurarán incluso allí en donde, por limitaciones corporales de mi caducidad, no estaré presente?
Pero volvamos a la cuestión que me embarcó en un principio, pues la considero una de las más elevadas que existen, una de las principales, sino, la principal: la libertad, kebebasan para los indonesios. Y es que yo decía que no hay función y misión que la supere en prioridad y que no hay definición que la englobe precisamente, a pesar de que se ha dado, con el paso del tiempo, la proliferación de discursos muy específicos y limitados sobre lo qué es y sobre sus posibles alcances.
Una de ellas, a tono con el presente de nuestro sistema de producción material y de reproducción social, que llamamos capitalista, supone que la libertad es un ideal de consumo, un valor asociado más bien a la libertad de compra y venta, a ser libre de con mis papeles de colores comprar lo que yo quiera, chocolates acaso, lapiceras o cuadernos (yo suelo gastar mi dinero en esas cosas, qué decir, si cuando una vez me encontré un billete de cien pesos en el suelo fui y me compré un cuaderno; acaso las demás personas piensen que soy un aburrido, pero así yo me entretengo); y droga, generalmente la gente compra mucha, y eso está muy bien; a su vez, ser libre de dilapidar mis ingresos en servicios, en bienestar personal, en decorarme, comprarme ropa y objetos brillantes, ostentosos, masajes, peinados, etcétera. Sin embargo, esta libertad asociada a un ideal de consumo, ideal que define las prácticas mismas de la ciudadanía en nuestro capitalismo contemporáneo, es también una libertad concebida como libertad individual. Y cualquiera que haya experimentado una sensación mucho más amplia y real de lo que significa ser libre, cualquiera que haya pensado siquiera uno o dos minutos en lo que significar la liberación, sabe que pensar así la libertad como algo exclusivo y limitado a los individuos, es un disparate, un sinsentido, que en nada tiene que ver con, no pienso decir la verdadera, pues tampoco podremos hablar jamás de la verdadera libertad, y ya en un instante explicó por qué, pero en todo caso, una definición más apropiada, más sincera, de libertad.
Recordemos que libertad no es una idea asociada a una palabra. Libertad como concepto es ilusoria y confunde más de lo que aclara. Libertad es más bien una experiencia. Libertad es lo que yo vivo y experimento como libertad. Por eso, toda palabra se queda corta. Sin embargo, que la libertad sea experiencia propia, que sea lo que yo vivo al experimentar la libertad, no tiene nada que ver con que la libertad sea individual, a pesar de que sólo individualmente podamos reconocerla en nuestra vida, pues nadie, ni ninguna doctrina, puede enseñarnos a vivir acorde a la libertad, nadie puede enseñarnos a ser libres, si primero no estamos dispuestos, claro, a autoeducarnos para la libertad que anhelamos, comprendiéndonos en nuestro contexto vital, en nuestra existencia.
He de terminar de escribir esto de una vez, porque acumular más párrafos al respecto sería ocioso. Pero siento que, finalmente, no terminé de aclarar ningún asunto. Pero tampoco pretendía hacerlo, pues yo mismo albergo aún muchísimas dudas. Hay algo que me queda claro, sí: que cuando pienso en mi caso de qué se trata esa libertad para la que “sangro, lucho y pervivo” (Miguel Hernández) comprendo, inmediatamente, por lo que experimenté en el curso de mis veintiún años, que ella bajo ningún término puede referirse exclusivamente a mí persona, aunque sólo en relación a mi vida pueda aprender y conocer lo que aquella significa. Pensar que la libertad es algo que me pasa a mí, en exclusión del resto de las personas que me rodean, es mezquino. Pero, precisamente, por eso es el egoísmo la prédica internacional del liberalismo en ciernes y constante expansión. Por eso el género homo camina a destruir su propio hábitat, y compromete así la existencia de todo lo que existe en esta tierra: porque ha confundido el significado esencial de la libertad, y lo ha anclado a una referencia lingüística, ilusión de eternidad e inmanencia universal, y eso no puede ser así, pues la libertad nuestra no podría, sino es a través de una concepción limitada (y ya lo digo, mezquina) de lo que es la libertad, inhibir o cohibir, censura y erradicar, la libertad de la que gozan tanto otros humanos como especies vivas en el planeta. La autodestrucción es, entonces, consecuencia del desapego por la unidad de cuanto existe, una proclamación ridícula del ego escindido y cruel del ser humano moderno.


jueves, 2 de mayo de 2019

Reflexiones del 3 de mayo de 2019


Quería escribir algo sincero, algo sensato. A veces salen de mi mente ideas que me gusta dejar resguardadas, porque la memoria es tan frágil que no me permite llevar la cuenta de todos mis pensamientos...de todas mis preocupaciones...de todos mis temores. Es natural en mí pensar: el futuro me será difícil. A su vez me imagino que las cosas irán de aquí en mejor, porque, si he de ser sincero, esa es la relación que he tenido con la vida a lo largo de ventiún años; no conozco el hambre, y aún no me he enfrentado a un período de escasez...gracias al apoyo de mis padres, que lo darían todo por mí...aunque a veces siento ser una carga, y nada más. ¿Por qué no trabajo? La vez que elegí trabajar no podía seguir el ritmo de la facultad. Estudio historia...para poder ser docente, por lo menos de acá a un año. O sea, en mayo del año que viene espero ya estar ejerciendo algún cargo...pero la carrera se hace lenta, a veces compartir un mismo espacio con tantas personas se me hace extraño, he tomado malas decisiones y he tenido comportamientos irracionales con personas que apenas me conocían; es algo que reconozco en mí, aunque no me enorgullece.
Escribir, a lo largo de la vida, hace mucho bien. Uno descubre la voz que guía nuestras lecturas (¡Lecturas, sí, porque son múltiples, varían a lo largo de toda tu vida!) del mundo en el que vivimos, y la transporta al plano de lo escrito, la convierte en una entidad independiente, uno crea, devuelve a la realidad todo lo que ella le introdujo, pero con algo alterado, una leve alteración, que es la originalidad de nuestras ideas. La originalidad en nuestra vida, cabe decir...
Yo apenas me distingo de los demás por el hecho de que amo pensar acerca de la realidad que veo pasar a mi alrededor, y, de sentirme inquieto, quiero conocer como se vive en distintos lugares del mundo, y, principalmente, como se vivía en el pasado a lo largo de todo el mundo, y ver como la evolución de las sociedades a lo largo del tiempo obedece a un gran esquema basado en la expropiación de los recursos y en la usurpación de los lugares comunes (y entonces nos limitaron a la obtención de dinero para poder subsistir en una sociedad cada vez más competitiva...y cada vez más urbana, en donde es un estigma dormir al aire libre).
Intento ser responsable. Me acabo de afeitar, para rejuvenecer cada tanto, recordar mi rostro sin pelos, volver a la puerilidad de un instante aún efébico. Para mí, crecer es pasar por auténticos ciclos de muerte y resurreción.
¿Nunca te paraste a pensar en esa línea interior, esa voz tuya que siempre permanece pegada a tí, como un eco, tus principios más valiosos, tu paz de último momento, de cuando la tormenta ya nos empapó, tus palabras de amistad con vos mismo, tus recursos de zen - sibilización. ¿Sensibilización? ¿Zen o civilización? ¿Es esto un holograma? ¿Estamos todos raptados en un edificio con ventanas tapiadas? ¿Llegamos a un acuerdo final entre nosotros mismos y la sociedad? Ah...¡Qué tan difícil es pensar cuando vivimos rodeados de estímulos! Por eso Ruben, la persona a la que mejor malabares le vi hacer en mi vida, me dijo, una noche en el centro de Córdoba Capital me dijo: "acá hay mucha vibración pero poca energía". Luces, carteles, comida, personas cruzándose por todos lados, el cielo de la noche invisible por la iluminación, y ni hablar de los ruidos, y ni hablar de la polución, ni de los bocinazos, los caños de escape, los gritos de los niños, los llantos de los bebes, la música de unos parlantes, la música del músico callejero que es uno de los más bellos oficios, de los que aún son legales en esta sociedad...todo, todo entremezclado, una noche de noviembre, con un clima humedecido, oscuro por las nubes, cada tanto se veían algunas estrellas aísladas, noche de incierta lluvia, que de ocurrir, nos arruinaría la estadía (terminamos armando una carpa y las bolsas de dormir en la colina de una plaza. Toda la noche escuchamos reguetton y cachengue, pero hasta ese momento nunca había podido escuchar ese tipo de música tan en detalle. No digo que me desvelé escuchando esa música; en realidad, fue al contrario, me concentré en escuchar un estribillo, algún detalle en particular, y como sabemos que nos dormimos cuando no estamos intentando permanecer dormidos, me levante al otro día, estaba amaneciendo, y tenía ganas de mear, lo que era una verdadera molestia estando en una plaza. Por suerte, no llovió esa noche).
¿Nunca te paraste a pensar en esa línea interior, de la que te venía hablando, lector, tú que estás tan en contacto con tu propia persona? ¿Estamos despiertos? ¿O estamos dormidos? ¿Cómo despertar? ¿Cómo salir de este hechizo interminable?
Una lámpara de oscuridad invade mis sentidos. Mi mente quiere saber más, expandir sus alas, volar y visualizar la atmósfera, ecualizar los sonidos del mundo, observar todos los paisajes, hundirse en la totalidad de todas las formas de vida, distintas culturas, piercings del pasado, joyas incrustadas en la frente, un magisterio de palabras rituales, que de oírlas, te conducen al principio de los tiempos, que es tu nacimiento.
¿Estas despierto? ¿Dormido? ¿Despierto? Ya todo se confunde en mi mente...como mi abuela, cuando moría de Alzheimer...sin saber su propio nombre...ni el mío.
¡Cuántas horas faltan aún para despertar, mañana, por la mañana! Ir a la facultad, meterme en un tren, ver tantas caras, visitar a mi vieja, llevarle una tostadora, agradecerle algún regalo, mirar a los gatos, ver el goce perpetuo en sus vidas, tal vez un breve eructo violento, una silla que se cae, un vaso que se rompe, el gato se asombra, mira feroz o sale disparado hacia la terraza...¡Sí, todos la vida, ver la (Zen)ilidad de los gatos, huir ante la sombra, morir por curiosidad, atrapados en un nimbo de paz y orgullosa presencia...admirarlos, tratar de imitarlos, llegar a ser como ellos! No ser un gato, como en la expresión popular con que hoy denostamos los argentinos al inepto del presidente, sino llegar a ser como los gatos, como la especie gatuna en sí, al ser observada en la supuesta objetividad de nuestra mirada simbólica. Que nos permite diferenciar la densidad de la materia en sus diversas unidades...
En el universo ahora existe un gato número X, mi gato, Timoteo Demóstenes Zurita, alias el Rubio puto. Ese gato es un evento felino que así como apareció en la tierra en una fecha determinada dentro del esquema incognoscible del tiempo (no se atrevan a preguntarme drogado que qué mierda es el tiempo!) esta destinado, por su calidad de ser vivo y perecedero, a desaparecer, en una fecha aún difícil de predecir, pero que estimo aún en unos cuantos años.
Ese gato número X, Timoteo, ya no existirá más en el universo, dejará de estar aquí, entre los gatos del mundo, y pasara a formar parte del resto inmaterial de los fenómenos humanos, la memoria. Allí formará parte de alguno de los casilleros con los que, en mi imaginación, me represento a los gatos, al fenómeno felis silvestris catus en la existencia empírica de mi mundo, mi experiencia del mundo, mi vivencia.
Yo, por mi parte, no empiezo a preguntarme con más profundidad acerca de estos temas, me enseñaron que no vale la pena, o que no hace bien...aunque hay en mí una corriente interna que me lleva a ponderar y a redactar pensamientos de corte metafísico (¿cuál es la verdadera realidad del gato número X, Timoteo, si esta condenado a desaparecer? ¿no es sino una manifestación concreta en el espacio tiempo de un fenómeno único pero heterogéneo y muchísimo más abarcativo que es El Gato arquetípico? Yo, que por ciertas inclinaciones de carácter personal, en lo filosófico, adhiero a patrones de pensamiento que, en el plano simbólico de las sociedades humanas, reivindican la noción de lo arquetípico; que es la esencia colectivamente forjada de esa misma realidad en el plano de lo eterno, yo, en lo personal según iba diciendo, tiendo a creer más en este tipo de explicaciones e imaginaciones acerca de la realidad esencial que subyace el mundo aparencial y fenoménico que habito, y que se difumina, de forma más o menos vaga, en el contenido inapresable de mis todos mis sueños, en la elaboración incosciente de mi propia mente, a cuyos recovecos más oscuros, aún a pesar del gran esfuerzo y avance que logré en los últimos meses, todavía no logro penetrar a través de una mirada holística, superadoras de las nociones binarias del bien y del mal y del varón y la mujer.
Que no existen. Y esto lo confirmo, para mí, aun desde mi arquitectura del pensamiento platónica, sesgada, imparcial, irracionalista en sus extremos más inspiradores, brutalmente inspirada en la fe, sin la cual yo no tendría guía moral en este mundo en vías de devastación...creo, sí, que Dios es el amor y la felicidad, como dice una letra que cantaba Gal Costa, pero ¿Eso me vuelve menos heterodoxo? Pero sí acá en latinoamerica sacerdotes como Camilo Torres y Carlos Mugica comprendieron el verdadero sentido del cristianismo, que es social, y uno murió luchando por sus ideales y al otro lo asesinaron...
Ay...a veces me siento...como un Miguel de Unamuno de este siglo. Sí; como una reencarnación ex tempore, un discípulo desprolijo, mucho más pajero, trolo y fanático de la libertad.
"La verdad, habríame descorazonado tu carta, haciéndome temer por tu porvenir, que es todo tu tesoro, si no creyese firmemente que esos arrechuchos de desaliento suelen ser pasaderos, y no más que síntoma de la conciencia que de la propia nada radical se tiene, conciencia de que se cobra nuevas fuerzas para aspirar a serlo todo. No llegará muy lejos, de seguro, quien nunca sienta cansancio."
Él que escribió que el porvenir es nuestro único tesoro. Yo le creo.
Encontrar los núcleos de racionalidad en autores que tuvieron ideas que a veces se nos demuestran absolutamente sacadas de todo contexto. Comprender el pensamiento de cada escritor como una manifestación coherente de las ideas que un ser humano vivió a lo largo de una experiencia históricamente situada.
No hay nada más asombroso que reconstruir una vida a través de los registros que su protagonista dejó por escrito, en diversos momentos de su aprendizaje emocional como ser humano, ser humano que escribe, que es decir artista, que es decir humano zen-sibles entre los humanos.
¡No estamos locos! ¡Tenemos derechos a mostrar nuestra voz enardecida por la sangre frustrada de generaciones y generaciones de artistas tratados como locos! ¡Yo me siento más joven todavía, cada vez que grito, cada vez que bailó, cada vez que me muevo hacia un punto extranjero en las coordenas del tedio ciudadano! ¡Me meo en la cultura! Apago el televisor de la palabra recalentada en estudios de grabación subvencionados con plata de agencias foráneas. Renuncio a la palabra del grinjo que se cree capaz de ponerle voz a mis intenciones, que se cree capaz de convertir mi rebelión en una cajita más en los arrabales del consumo, un nuevo mercado a las órdenes de su merced, el ansia de acumulación capitalista, la concentración de la riqueza en cada vez menos manos...
¡No nos contentamos! ¡Somos negativos! ¡El progreso y el desarrollo nos parecen nociones cuestionables! Argentina, el conurbano desbordado de pobreza, ciudades cada más grandes, pobres cada vez más pobres, inundados en el Chaco, provincias enteras saqueadas por la minería a cielo abierto, el quebracho deforestado hace ya cien años, la Patagonia entera empieza a temblar con la amenaza ecológica del fracking, que es la tendencia tecnócrata de la evolución material, el progreso de la razón humana, para destruir la zensibilidad humana, para destruir la piedra angular de nuestra existencia: la madre de todos nosotros, nuestro planeta Tierra, que está a punto de experimentar cambios destructivos, que aún nada estamos haciendo para impedir el desarrollo de una hecatombe climática, si es que no sucumbimos a una efervescencia nuclear antes de tiempo...
El ser humano se perfeccionará expandiendo su conciencia: la humanidad despierta lentamente. Su corazón late hoy mucho más rápido que el ritmo de su espíritu. Pero cuando sus perspectivas se expandan, los conflictos de hoy serán insignificante bajo el peso abrumador de las carga moral que tenemos por delante.
Salvar a la humanidad de la miseria que se aproxima.
Alimentar al 100% de la población.
Extinguir las enfermedades, muchas de ellas hoy ya son curables, pero la inercia de los mercados obstruye su democratización.
Expandir los límites del bienestar humano.
Pero respetando así todas las culturas...distintos tipos de vida...distintos ritos y costumbres. Distintas formas de afrontar la muerte, la condición infinitesimal del humano, que es una variable insignificante, que es un número de muy efímero valor, un dato menor dentro de la estructura inabarcable del universo. Pero sí: un ser vivo en fin, una voluntad de vivir, de salir adelante, de emprender proyectos y cultivar amistades, recorrer caminos nuevos y perfeccionarse en algún arte, la escritura la música o el reino de las ideas, catacumbas mentales que producen un gran placer a aquel que las cultiva con desinterés, con un compromiso con la existencia lo suficientemente sabio y honesto como para no intervenir en los resultados de las investigaciones, aún cuando ellas aborden temas por de más cercanos, lo que, para mí, no está mal: no podemos hablar de algo si no nos involucra, no podemos atender a problemas ajenos con el mismo interés y la misma dedicación con que investigamos nuestras propias pasiones...nuestros propios vicios.
A mí ahora me gusta escuchar rap, algo que hace algunos años ni se me hubiera ocurrido. (Todo se lo debo a la hermosa compañía de Fran y Walis, hermanos míos en esta búsqueda infatigable de mi consciencia en su búsqueda por escapar de su letargo).
Descubro que todo puede ser analizado en función a las experiencias de la propia vida; hasta la letra de una canción. Todo puede ser motivo y parámetro de reflexión para nuestras mentes inquietas. Pero no hay que enfocar la mente en único motivo y afinar la puntería (aunque, cada tanto, investigar las cosas en su profundida hará que desarrollemos una gran precisión para todo lo que querramos hablar, en general) sino que hay que abordarlo y examinarlo todo, aún lo que nos desagrada, las películas de super héroes por ejemplo, que a mí me rompen los huevos, pero que hace poco vi una en la que el villano quería erradicar, sin seguir ningún tipo de criterio, a la mitad de la población de la galaxia, con fines éticos, se entiende: su finalidad es la más noble de todas: la de mejorar sustancialmente las condiciones de vida, que al reducir la población total de todos los planetas del universo se podrán administrar más recursos para menos personas. Suena encantador.
¿Pero no es arbitrario que la vida de algunos tienen que desaparecer para lograr que los otros puedan llevar una mejor vida? Muchos en los comentarios de Youtube (un paneo muy irregular de la población hispanoparlante, he de admitir) admiten admiración por la táctica maquiavélica del villano de los vengadores, aunque para mí no está justificado: no hay vida que valga más que otra vida, no hay vidas que merezcan, en contra de su expresa voluntad, ser desaparecidas de la faz de la existencia.
Y lo cierto es que tarde o temprano, todos acabaremos igual, que nuestro destino es morir, y que eso nadie lo puede cambiar. Desear el fin de la explosión demográfica a través de la cual canalizamos tantos de nuestros miedos y problemas, sería, en cierto modo inexpreso, desear el fin mismo de la modernidad, que fue la causa de la sobrepoblación mundial que hoy vivimos y que al ritmo que vamos no hace más que acelerarse. Fue el aumento de la calidad una de las consecuencias que, ya en el siglo XVIII, se hicieron palpables tras la revolución agrícola inglesa, que en opinión de autores como Carl Allen, mejoro la productividad de la tierra inglesa entre los siglos XVI y XVII gracias a las mejoras introducidas por los pequeños propietarios de tierras y, según Marc Overton, seguidor de un enfoque más tradicional, por la inserción hacia el siglo XVIII de un nuevo método de rotación de tierras, de carácter cuatrienal. Avances tecnológicos sustanciales que, al desplazar a la población del campo a las ciudades, alentaron el desarrollo de la primera revolución industrial, en los albores del siglo XIX.
Y piensen que eso fue hace 300 años, y hoy se nos cuenta que vamos por la cuarta revolución industrial, la de la cibernética, los cerebros industriales y las tecnologías digitales.



X Lihuel Sankari. Profeta de otro tiempo.