martes, 23 de junio de 2020

La realidad que nos pesa (escrito ante el reaccionarismo suscitado en los medios por la movilización popular del 8 de marzo de 2017).

Como se sabía que iba a pasar, como no podía pasar de otra manera y porque era obvio que las reacciones de que me voy a ocupar serían las de siempre, es decir, aquellas signadas por la incomprensión y por el filtro de prejuicios arraigados en el más quejumbroso y automático rechazo, procedo reelaborar los temas que también son los temas de siempre, pero que hoy surgen agravados ante el panorama de una configuración política que los hostiliza y los torna urgentes. Hablo del rechazo que teme o renuncia a aceptar una premisa básica: la que asume que la realidad de la que somos indiferenciadamente testigos y partícipes importa la complejidad de múltiples capas de significados, comportamientos y manifestaciones que no pueden ser separadas e interpretadas de forma arbitraria, dispersa y en última instancia, irresponsable. El espasmo digital que regurgitó, como respuesta esperable de las movilizaciones por el día de la mujer, un halo de opiniones diversas, ha dado pie a unas cuantas que reducen la realidad compleja a un esquema maniqueo en el que existen personas decentes y respetables y personas desaforadas y violentas, separados, sin solución de continuidad entre ambas, por la misma brecha indiscutible que separaría una noción abstracta del bien y mal, que, abstracta como es, no responde a las múltiples variables que involucra la realidad política, social y cultural en la que nos vemos inmersos. Simplificar fue cosa de siempre, e intentar dar respuestas a lo desconocido funciona, a priori, así, en todos nosotros, porque las narrativas que buscan darle un orden binario y polar al mundo son las más cómodas y al alcance de la mano; no obstante, sería interesante señalar cómo los medios digitales de los que hoy tanto se habla, esos, por ejemplo, como Twitter, del que en gran medida me voy a ocupar y que es una red social cuyo mecanismo es el aforismo. Twitter, que es la colección más grande de aforismos que haya dado la historia de la humanidad, puede, por eso mismo, definirse aforísticamente:
"385. Los vanidosos. Somos como escaparates de tiendas, en los que nos pasamos el tiempo colocando, escondiendo y poniendo de manifiesto las presuntas cualidades que nos atribuyen los demás... para engañarnos a nosotros mismos." (Nietzsche, Aurora, M. E. editores, 1994, p. 219.)
Por supuesto, la mecánica de Twitter no es exclusivamente el aforismo; en todo caso, porque el límite de 140 caracteres no lo fuerza de forma inequívoca: cabe decir que Twitter ha ampliado las posibilidades del aforismo, ha expandido el universo de lo posible en lo tocante al arte de manifestarse con agudeza y medios escasos. Aquí las posibilidades son mayores porque el soporte digital que implica cualquier red social permite algo que podríamos llamar, por llamarlo de alguna manera, aforismo + audiovisual. Una imagen puede expresar, al choque de la vista, todo lo que ha sido excluido por la frontera de los 140 consabidos caracteres. Una foto puede confirmar, refutar, matizar o contrastar la posición de un tweet que se tiene por ambiguo. Una selfie dar cuenta del contexto que encuadra e ilumina el significado de la opinión que la precede. Y así, un vídeo, un link, un gif o un emoji. Es necesario ser consciente de estos nuevos elementos que amplían, como ya lo dije, las posibilidades de la enunciación a la que Twitter da cabida. Pero a su vez, es necesario comprender hasta que punto toda estructura aforística cae, necesariamente, en la trampa de la generalización. Desarrollar un aforismo, es por un lado, matarlo: su gracia es el recinto de los 140 caracteres. Por el otro lado, es necesario: porque cuando hallamos un tweet que afirma lo siguiente [1]
sabemos que su autor está lejos de pensar plenamente lo que acaba de enunciar. El aforismo, remitiéndonos a su vez a la manera en que Nietszche suele emplearlo, puede servir de encabezado. Cumplida su función, cabe llenarlo de contenido. Primero, la identidad entre feminismo y secta de lesbianas comunistas conlleva una definición que, tajante como parece, resulta obsoleta analizada con calma. Los conceptos asumen una carga semántica que corresponde a una situación que es histórica, cultural y socialmente situada. No hay sentidos posibles fuera del marco del espacio y el tiempo, que, desde mi perspectiva, que bebe de la de Kant, funciona como campo de inteligibilidad de los fenómenos. Ello quiere decir que, cuando se manejan términos, que para colmo se hallan en el centro de enconadas disputas de carácter político y social, como representación, lesbianacomunista, y mujer (pero peor, porque el autor aplica su variante autoritaria que es MUJER con mayúsculas) estos términos rebasan el uso que se les ha querido otorgar, porque el aforismo no permite desarrollarlos, otorgarles un sentido concreto. Pero, además, uno no puede aseverar la asimilación total entre el tweet y el conjunto de ideas que efectivamente maneja quien lo escribió por el hecho de que se halla situado en un contexto, que es el de Twitter y que funciona, como logró explicarlo Nietzsche en un acto de pasmosa prospectiva, en la modalidad del escaparate. Escaparate que no escapa del ansia de actualidad, y que no sabe remitir a hechos que no sean contemporáneos: Twitter es una plataforma en la que nos enchastramos de una corriente de acontecimientos presentes. Pero ese presente es un presente inmediato: basta scrollear un poco para empezar a exhumar tweets que refieren a eventos (la emisión en directo de una ceremonia de premios o de una serie, un concierto o un atentado, o la publicación de cierta noticia, o la encarcelación de un funcionario) de los que ya nadie (salvo una minoría que asume con ellos un compromiso activo y concreto)  habla o se acuerda. Es decir, que nadie va a Twitter a informarse del pasado, pero si de las reacciones múltiples que suscita el presente en acción. De allí a que todo lo que en él se expresa sea voluble, frágil y susceptible a las tendencias del momento. Escaparate, a su vez, que asume una función muy bien descrita por Nietzsche en el párrafo citado, aunque cabría hace una corrección: no se trata sólo de un proceso en el que nos engañamos a nosotros mismos, asumiendo lo que los demás sospechan o creen de nosotros. De hecho, es más bien al revés: una tentativa de engañar a los otros, asumiendo los rasgos de aquello que queremos aparentar de nosotros. Que tan fácil es, pues, twittear que uno se identifica con las causas del feminismo y que difícil, claro, ser consecuente en todos los ámbitos de la vida con tales postulados. He aquí sentados las precauciones con las que me propongo a diseccionar algunos tweets que una figura como Agustín Laje, cuya trayectoria lo ha posicionado, hoy en día, como triste paladín en contra de las reivindicaciones hechas en nombre del feminismo y de todas las corrientes en pos de la igualdad de género. Oposición ideológica que, en mi entender, se basa en la incomprensión del hecho que he referido como fundante a la hora de reflexionar sobre la realidad que tanto nos pesa y que no es sino el reconocimiento de su complejidad multidimensional. [2]
Agustín Laje se ha constituido vocero de un contingente social que, como una especia de mayoría silencia de nuestra década, demuestra una absoluta indiferencia a la cuestión social y a las problemáticas de género. Sospecho que esa indiferencia decanta en miedo y turbación cuando el sector minoritario que apoya activamente las reivindicaciones de sus colectivos políticos se radicaliza por motivos coyunturales. La pregunta que interroga el porqué de la radicalización de las militancias es pertinente, pero yo aun no dispongo de los medios para acertar a responderla sin reparos. Basta considerar que el período que ha comenzado, difusamente, hace ya unos años en Latinoamérica es favorable a este proceso de radicalización y que, cuando encarna en la Argentina resguardado por la administración macrista, no hace sino exacerbar las tensiones y los conflictos existentes entre los distintos grupos. La disputa se expande a instancias de la cotidianidad a las que antes era ajena y se hace presente en todas las situaciones que importan una toma de partido. Además, los discursos de los diversos actores se trasvasan, se amalgaman o se empiezan a polarizar. Hoy, por ejemplo, ya no cabe pensar una militancia en favor de los derechos y los reclamos del colectivo LGBTQ que no ampare y se solidarice y comprometa con las problemáticas y los reclamos propios de los sectores populares. Se trata, creo yo, de un contexto que facilita fracturas y alianzas, y que enciende trayectorias que comprometen superficies cada vez más profundas en el proceso de radicalización de los actores políticos. Y en un contexto así no hay dudas de que, cuando el gobierno y la policía actúan de forma violenta y arbitraria no hacen sino facilitar, dar fundamento y razones para cincelar y reafirmar la conciencia política de quienes sufren sus atropellos. Sabido es que, ayer 8 de marzo,  por la noche, fueron detenidas chicas que quizás participaron de actos que los medios han reprochado como gratuito, innecesario vandalismo. 


Yo menos que nadie soy capaz de discriminar si quienes fueron apresadas fueron o no, en efecto, quienes realizaron un connato de incendio frente al enrejado de la catedral o pintaron el cabildo con las consignas de su activismo. Pero va más allá de eso. Porque el vandalismo no sólo fue una excusa blanda que evidencia motivos ulteriores en un accionar desprolijo y desproporcionado con respecto las causas que lo motivaron; fue, además, la consigna que esgrimieron voceros de derecha para sectorializar la marcha en dos instancias bien diferenciadas. Así procedió, como no, este comunicador de nuevas y no tan nuevas tendencias que, pretendiendo un sonriente libertarismo igualitario no hacen más que configurar la grilla ideológica de los sectores de una derecha retrógrada, autoritaria y protofascista. [3]
 Para Agustín Laje hubo dos movilizaciones por el 8 de marzo. La primera, civilizada, pacífica, encarnada en un feminismo sano y medido que pareciera no tener nada que ver con lo que denuncia como su contracara radical y violenta y a la que llama hembrismo. La segunda, la marcha del vandalismo, las fogatas y las consignas de alto voltaje (muerte al macho, mi predilecta en la medida en que pone los pelos de punta a todos los idiotas que la interpretan mal). Pero el hembrismo de Agustín Laje, y ese otro término tan presente en su repertorio de etiquetas despectivas reservados para el twitteo, el contradictorio feminazismo, no son más que una ficción ideológica. De ella se vale para fragmentar la marcha de ayer, fragmentación que, por lo que dije, pareciera muy natural en un momento que, como sugerí, se halla propenso a la división entre minorías radicalizadas y mayorías que parecieran quedar relegadas en las evoluciones de las luchas políticas. Pero Laje impone su caracterización feminismo-tranquilo-positivo-respetuoso/hembrismo-alborotado-pérfido-descarado siendo un extranjero en estas luchas, y no extranjero por el hecho simple de ser varón, pero sí por juzgarlas desde un punto de vista que no reconoce la urgencia de los reclamos y la carga histórica que ellas implican, lo que equivale a decir, ser un varón que no se ha cuestionado lo que significa ser varón en una sociedad que dicta pautas estrictas y limitadas para el comportamiento de sus miembros de acuerdo a una división azarosa que pretende basarse en la biología pero que, en realidad, reconoce un largo trasfondo de significados culturales, es decir, construidos por el ser humano a lo largo de un proceso que lleva ya más de siete mil años; lo que en definitiva equivale a decir, ser un varón sin conciencia de género. Y esta extrapolación de categorías que circulan por fuera de los movimientos feministas, como la que los divide entre un feminismo razonable, "con el que se puede debatir y dialogar" y un feminismo "hembrista", cuya mayor aspiración política pareciera ser la instauración de un régimen dictatorial sustentado en la castración y la feminización vía sexo anal del género masculino (perspectiva que, por otro lado, tampoco es mucho peor que la que atestiguamos cotidianamente); esta extrapolación no ampara las propias disensiones que existen en la pluralidad de los movimientos feministas ni sirve para dar cuenta de qué es lo que realmente proponen y buscan sus integrantes. Los diseca desde afuera y no les permite expresarse en sus propios términos de forma tal que uno jamás podría forjarse una idea verosímil de lo que en verdad es el feminismo, distorsionado por categorías que le son ajenas.

Para peor, Agustín Laje defiende un discurso según el cual los medios masivos de comunicación facilitan y se hallan a favor del feminismo y de las corrientes que defienden la teoría de género; ¿Cómo si no, si su transmisión y mediatización de estos fenómenos es constante y abarca prácticamente todos sus posibilidades y esfuerzos, como se ve a la hora de reportar el tetazo, las marchas del colectivo Ni una menos o, en el caso que nos preocupa, la marcha del 8 de marzo, que degeneró en violencia y vandalismo "hembrista"? Aquí uno se para a pensar si es que acaso Laje no es capaz de ver más allá por ingenuidad, malicia o, simplemente, como consecuencia de aquello que Charly canta en una de sus más bellas canciones cuando dice que
"este mundo te dirá que siempre es mejor mirar a la pared".
Canal 13 y sus afiliados en ningún momento tienen intención de festejar estos eventos de concientización política, salvando las instancias payasescas en las que se viste de progre y se halla a favor (pero segmentándolas con la misma lógica binaria que aplica Laje para distinguir el feminismo del hembrismo) de "esas concentraciones pacíficas que se congregan a pedir la igualdad de género". En el resto de los casos, es ridículo pensar que los medios hegemónicos las transmiten porque los festejan, cuando en realidad no hacen sino alarmar a la población que, desde la cómoda indiferencia, nada quiere saber con estas ideas. La atención mayoritaria, el día de ayer, fue necesariamente la que expresaba una mayoría de periodistas preocupada e indignada por "esos desbandes lamentables con los que unas diez o veinte locas arruinaron el clima de paz y comunión de la jornada".

Es necesario ser crítico. Un análisis del discurso de los periodistas que cubren estas manifestaciones y un análisis del discurso audiovisual con el que complementan sus reportajes (que puede interrogar aspectos como, por ejemplo, qué recortes, qué enfoques, qué panorámicas, qué pancartas, qué cuerpos y  qué situaciones concretas deciden mostrar) es capaz de demostrar hasta que punto los medios de comunicación en los que Agustín piensa no se hallan a favor del feminismo, en la medida en que no pueden hallarse a favor de un movimiento que milita una praxis de transformación social. 

Por esa misma razón, los medios de comunicación que destinan a la población estas "noticias" y "reportajes" (aunque no hemos de pensar, claro que no, que sean asumidos e incorporados acríticamente, como si nosotros no tuviéramos ya un bagaje de contenidos ideológicos con el que compararlos y clasificarlos) no se hallan dispuestos a transmitir con la misma solvencia y "ausencia de reparos" el verdadero discurso que los actores de estos movimientos tienen para contar a la sociedad. Y cuando ello sucede, son al instante mediatizados o banalizados: las palabras del feminismo son ridiculizadas por un grupo de panelistas que apelan a la lógica del sentido común, o son puestas en debate con posiciones contrarias en un programa en el que todas las pausas, las escansiones del diálogo y los recortes de las cámaras serán controlados por quienes velan que nada escape de los canales vigilados por la ideología dominante, que bajo ningún término puede ser la que pugna por la igualdad género, en una sociedad en la que les úniques transexuales respetables son, en efecto, aquelles (y ésto no es una crítica a sus trayectorias individuales sino a los circuitos que las enfocan como las únicas legítimas) que entran en contacto con el mundo legañoso del espectáculo y se incorporan al circuito del show televisivo. Así, existe un amplio espectro de personas trans que, por el contrario, laburan en la calle y viven una realidad marginal signada por la discriminación y la incomprensión de amplias capas de la sociedad pero, de elles, estos medios no hablan; sus vidas, estos medios no las cubren; sus miedos y sus experiencias, a estos periodistas no les interesan; sus proyectos, sus aspiraciones y sus reclamos, quedan sepultos en la marea de ignorancia que las afirmaciones bruscas y maniqueas de un Agustín Laje irresponsablemente fomentan.

De la misma manera, cuando nos enfrentamos con el vandalismo "que ha arruinado todos las virtudes de una marcha que fue emprendida en favor de la igualdad y del respeto" hemos de comprender que, acaso, quienes se manifestaron por estas vías ilegales e "indecorosas" no hallan otros canales (pues nadie se halla dispuesto a difundir su voz por esos grandes medios que Laje, operando con una lógica desmañada, supone que ellas controlan) por los que comunicar, expresar y dar a conocer las ideas y las propuestas de esas comunidades políticas que, no por radicalizadas y minoritarias, son menos legítimas.



Notas y catastro de tweets citados (en caso de que en algún momento desaparezcan, los archivo aquí abajo.)

*Cabe pensar cual es el origen del término "hembrismo" y por qué circuitos ha transitado desde entonces.

[1]"El feminismo está mucho más cerca de representar a una secta de lesbianas comunistas antes que a la MUJER con mayúsculas.#TipicoDeFeminazi—Nicolás Márquez (@NickyMarquez1) 9 de marzo de 2017."
[2]"De nuevo el discurso de la alienación. Si no sos hembrista, entonces pensás mal. Mentalidad totalitaria si la hay. #TipicoDeFeminazi https://t.co/tHlsJEjCLP— Agustín Laje (@AgustinLaje) 9 de marzo de 2017"
[3]"¿El Día de la Mujer también incluía reventar el Cabildo?NO #LiberenALasPibas pic.twitter.com/8ymDgtKuh4— Agustín Laje (@AgustinLaje) 9 de marzo de 2017."

No hay comentarios: