Reflexión
emo del día – pero no tan emo.
Miércoles 7 de octubre,
2020.
Mangaka: Shintaro Kago. |
Es fruto de pensar que estoy averiada, que como me lastimo los dedos y tengo pensamientos de carácter negativo, pensamientos “oscuros”, por así decirlo, acompañados por un sentimiento de aversión por la sociedad y la cultura humana, es fruto de pensar así que siento un especial asco por aquellas personas que podríamos considerar normales (aunque acá cabría preguntarnos quién no es en el fondo un poquito anormal), aquellas personas (*que yo percibo*) que no tienen los miedos que yo tengo, que no sufren por simplemente existir como yo sufro, que no se autolaceran cuando sienten ansiedad o cuando en su mente la reproducción de los pensamientos “feos”, por decirles de algún modo, los pensamientos “malos”, roza lo obsceno: mas, llegado a este punto, vuelvo a preguntar: ¿Existen realmente las personas normales? ¿Existen las personas que no sueñen cada tanto con matarse? ¿Y por qué yo defino, finalmente, la normalidad con las ganas de vivir y con la facilidad para pensarse en un medio social como este en el que vivimos, por la fuerza, agrupades de a millones en ciudades que nos plantean el anonimato y el egoísmo como única alternativa para existir en comunidad? Si es que yo conozco a alguna persona normal según este concepto de equiparar normalidad con adaptación o conformismo a un estilo de vida que para mí es combustible de pesadillas, entonces descubro ahora que no les tengo asco, sino envidia; ¡ya quisiera sabe disfrutar como disfrutan elles! Por cierto, la vida es tanto sufrimiento como disfrute (no la unilateralidad del dolor o la unilateralidad del goce); más un equilibrio de incongruencias sostenido en la mirada y en la interpretación del ego constructor de sentido: ese haz de luz de la perspectiva que construye un mundo de significados subjetivo (o más bien, que ilumina un nuevo mundo abstracto, simbólico, sobre la faz inerte del mundo material), sí, claro, pero mediado también por un lenguaje colectivo: aquel proporcionado por la sociedad, por la cultura, y patente en la estructura del lenguaje, que se convierte, en algún punto de nuestras infancias, en la estructura de nuestras mentes. El punto es que yo creo que por tener que sobreponerme a estos sufrimientos voy a fortalecerme de a poco, y que algún día sabré servirle a la gente ese potencial que yace encapsulado en mí y que aún no sé liberar. Entonces, sí, ¡qué celebración, qué fiesta! “Darlo todo” por la realización de un ideal: un ideal que soy yo misma, pero sin constreñimientos, sin estas ataduras de tristeza.
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