Diario de estrógeno (semana 3) – Travestismo y
pedagogía
“Ontem de manhã quando acordei
Olhei
a vida e me espantei
Eu
tenho mais de 20 anos
E
eu tenho mais de mil perguntas sem respostas
Estou
ligada num futuro blue
Os
meus pais nas minhas costas
As
raízes na marquise
Eu
tenho mais de 20 muros
…
Elis Regina, 20 anos blues.
Sección 1.
Autodidactas por obligación: para una pedagogía tentativa sobre el re-ensamblaje
corporal.
Hoy es un día muy extraño,
necesito dejar un registro de ello. Por sobre todas las cosas, pienso en la idea
de convivir en un espacio, apañando a un amigo travo que fuera echado del
alquiler donde habitaba por una situación donde se incumplieron acuerdos que
habían sido pactados en un primer momento; convivir acá, aunque sea temporariamente,
en un monoambiente, es la idea que mi familia, que optó sistemáticamente por mi
soledad, jamás comprenderá. Ahora, mientras mis amis duermen, y yo redondeo el
trabajo de la facultad, pienso a su vez en que a las 9 de la mañana atendí a un
cliente que venía, cuando yo aun vivía en Tolosa, a visitarme con frecuencia
por mi servicio como puta, y en cómo cambiaron mi intuición y mi sensibilidad
desde que me empecé a hormonarme a esta parte, aun tratándose de un periodo tan
breve de tiempo que llevo realizando este tratamiento.
Pienso en las personas que
vendrán; pienso en las personas que necesitarían esta información, y esta
información no está disponible, porque aunque los endócrinos digan qué es lo
que tenemos que tener o no en la sangre, la realidad de nuestra sangre les está
vedada por el propio encanto de una experiencia intransferible, intensa y, en
términos históricos, novedosa en tanto las facilidades que la técnica
industrial moderna proporciona a la hora de alterar nuestros organismos. Aunque
sabemos también que hay conocimientos ancestrales sobre fitohormonización
(hormonización a través del uso de compuestos activos de las plantas que no
es sino el conocimiento expropiado por
la modernidad del que se valió en gran medida la industria farmacéutica para
existir).
Pienso en ellas: vendrán,
preguntarán, accederán a las exquisitas mercancías proporcionadas por la farmacéutica,
que nos diseñan los cientistas puestos al servicio de los empresarios de la
farmacopea y que el maldito estado, como parte de una reparación histórica,
recién ahora nos está habilitando y distribuyendo; todo este conocimiento
también nos fue expropiado y lo vamos a reconstruir, la ciencia no comprende,
la medicina no podrá penetrar jamás en el secreto. Pero tal secreto no existe.
Solo queda existir: y sentir, de a poco, como comienza a sentirse la gravedad
en el pecho, como los granos de la cara, que son parte de nuestra grasa
corporal, empiezan a modificarse por el peso mismo de lo que antes era caliente
y ahora se está enfriando, o de lo que antes tendía a subir y ahora se está
yendo para abajo.
Hace tres semanas que estoy
aplicando sobre mi cuerpo dosis de estrógeno (estradiol en gel), combinadas con
un medicamento, la espironolactona, empleado por personas que, como yo,
portando gónadas productoras de espermatozoides, desean reafirmar
características socialmente codificadas como femeninas en su cuerpo, medicamento
empleado entonces como un bloqueador de testosterona.
En un principio, había
pedido, por recomendación de una amiga, que me dieran ciprosterona. En el hospital
me dieron un blíster de dicha medicación y, como no tenían más, dos blísteres
del otro medicamento, la espironolactona, que tiene “mala fama” porque te hace
mear constantemente. Noté en una semana el efecto concreto que este tipo de
medicamentos tienen sobre el cuerpo, enfáticamente, la disminución de la
libido, es decir, del deseo sexual en términos generales y en lo concreto, del
funcionamiento de lo que sea que funcionaba en mi cuerpo y que me permitía
tener erecciones (intuyo: ¿la producción de
semen?).
Ese componente de mi “vida sexual” es hoy en
día virtualmente inexistente; para re-obtenerlo (y para mi alivio en lo que
hace a mi trabajo de prostituta) basta con dejar la medicación durante un día y
en el plazo de unas horas es posible volver a tener una erección. (Me basta con
saber con antelación cuando tengo, como hoy temprano por la mañana, un turno
con un cliente, si debo o no tomar esa pastilla: incluso comencé a dosificar la
misma, tomando mitad un día a la mañana y la otra mitad al otro día a la misma
hora; hay que notar, sin embargo, que la prostitución es un tipo de
trabajo que muchas veces no
permite ese tipo de planificación y que dificulta la posibilidad de
atravesar una rutina cotidiana de forma ordenada). No necesito, de todas formas,
tener una erección sí o sí para realizar ese trabajo, porque cada cliente busca
o se interesa por cosas distintas en relación a mi corporalidad e identidad
(las más de las veces, el punto reside en la fetichización, la investidura
sexual que, por distintas razones sociohistóricas y culturales sobre las cuales
no puedo ahondar acá se les atribuyen a las identidades trans y travesti).
La ciprosterona y la
espironolactona cumplen, entonces, una misma función en las terapias de
reemplazo hormonal (tratamiento cruzado, que le dicen) para personas “pene-portantes”
o bien, con gónadas que por su propia cuenta se encargan de la producción de
espermatozoides, asociadas biopolíticamente a la testosterona como eje somático
de las masculinidades imaginadas socialmente; pero basta leer los prospectos
respectivos para detectar inmediatamente que se trata de medicamentos
claramente distintos, empleados en un contexto de origen, para el tratamiento
de dolencias y afectaciones físicas que no guardan una relación directa, bajo
ningún término, con la idea de terapias de reemplazo hormonal que tenemos
nosotrxs como usuarixs trans y travestis. En este sentido, los prospectos son
categóricos: aunque millares de travestis, transgénero y transexuales usaron,
usamos y usarán estos medicamentos para sentirse aunque sea un poco más a gusto
en el marco de este deteriorado mundo hipermoderno y en la estructura emocional
y del goce de sus cuerpos propios, los manuales de uso que estas pastillas
traen nos desconocen completamente. Pero no hay que creer que un médico sabe
mucho más. Este es el punto de la
cuestión: con amigues travestis venimos problematizando, en talleres y conversatorios sobre hormonización, que para
les mediques somos estadísticas y el mismo experimento a través del cual van
obteniendo información y datos sobre algo que jamás lograrán comprender, porque
su visión no sólo de la ciencia, la medicina, la sociedad y la historia (si es
que de casualidad tienen una visión sobre esta última), sino también de sus
propias biografías, existencias y en muchos casos incluso de sus relaciones
interpersonales y sus vínculos familiares, es una visión cisgénero,
heterosexual, cuerdista-capacitista y absolutamente excéntrica a la búsqueda que nos motiva a
transformarnos, a mutar a través del arsenal que la farmacopea puso a
nuestra disposición, porque nos quitó categóricamente cualquier otra
posibilidad de escapar del categórico mandamiento social que las instituciones
se encargan de reproducir: familia conyugal, escuela y bullyng, trabajo y
castración sistemática del deseo vital y de cualquier atisbo de intensidad y
creatividad en la vida como mandato compulsivo si lo que querés es un plato de
comida al final del día y no tener que vivir errando o en la calle cuando ya no
hay alternativas. Solo existe, en este
plano, educarnos por nosotres mismes; de nosotres de cara a nosotres, en
nuestro colectivo, sin que en esta conversación participen los ajenos, como bien señaló el militante travo Eugenio Talbor
Wright en una antológica entrevista; y de nosotres hacia el interior de nuestros cuerpos y subjetividades,
averiguando a través de la experiencia qué efecto lleva en nosotres estos
comprimidos, geles e inyecciones, comprendiendo a través de la transformación
que conlleva el hábito, el paso del tiempo y el confrontar, desde las
modificaciones que vamos atravesando, distintas situaciones de vida y de
conflicto, de amor (que nadie lea aquí “romanticismo” por favor) y de resistencia
(pero hoy en día celebrar una fiesta y participar
de una marcha del orgullo en pleno centro de una gran ciudad occidental, no
constituye, en mi opinión, mucha resistencia que digamos, ubicándonos en el
mapa de una geografía política global donde somos CONTEMPORÁNEXS DE UN
GENOCIDIO TELEVISADO TELETRANSMITIDO A CIELO ABIERTO).
Me gustaría precisar con
información bien contextualizada por qué la ciprosterona y la espironolactona
se sienten como medicamentos tan distintos en el cuerpo; quizás no es ahora
el momento indicado para profundizar en
la cuestión. Dependiendo de lo que une busque, podría optar por una u otra
pastilla – mi amiga la pasó muy mal, durante años, con la espironolactona y le costó mucho llegar a obtener la cipro,
porque antes no era tan fácil acceder a estos comprimidos por la vía del
sistema estatal-público de salud; sin embargo, yo, que recién hace tres semanas
me hormono, me encontré con que la ciprosterona es un medicamento destinado a
bloquear totalmente la síntesis de testosterona en el testículo, de forma tal que una semana
después ya no lograba sentir placer de la forma en que durante veinticinco años
me había acostumbrado, lo que significó un cambio sideral, tanto con sus
potencias como con sus limitaciones, en relación a como habito mi cuerpo y mi
deseo. El acetato de ciprosterona es un medicamento que se usa para tratar a pacientes
con cáncer de próstata y a mujeres con “manifestaciones de androgenización”
(como el hirsutismo). La espironolactona, en cambio, es un medicamento
antagonista de otra hormona, la aldosterona, producida por las glándulas
suprarrenales, y se usa generalmente en tratamientos para pacientes con
problemas cardíacos favoreciendo la excreción de líquidos y la excreción de
mayor cantidad de sodio en la orina.
Sección 2. Cuaderno
de bitácora (extracto)
“…cuando comencé a experimentar con estos medicamentos no pude evitar que
la ciencia y la técnica modernas – en este caso, de mano de esa rama de la
bioquímica que el modo de producción capitalista usufructuó mercantil y
laboralmente bajo el nombre de farmacéutica – ejerzan sobre mí la tentación fáustica: tener a mi alcance la posibilidad de
alterar (jugando a ser ese dios-con-prótesis del que hablara Freud en su libro
sobre el malestar en la cultura) no solo mi apariencia externa sino también,
transformación de carácter alucinante o alucinatorio, mis estados de ánimo, mi
propiocepción corporal; causando modificaciones drásticas en mi humor a lo
largo de un día y desencadenando a la larga una experiencia radical de
extrañamiento existencial y re-ensamblaje de un cuerpo que había sido desligado
y percudido por la lógica alienante de la heterosexualidad compulsiva, que va
de suyo en las familias y en la escolarización obligatoria como espacios de
encierro destinados a la reproducción del mundo social moderno en clave
cis-hetero-normada y binaria…”
Sección 3. Travestismo
y pedagogía en el aula de un bachillerato popular.
El año pasado ingresé a dar
clases en el área de sociales del bachillerato popular El Llamador, ubicado en
el Galpón de Tolosa, un establecimiento
social y cultural que fue recuperado el año 2007 por militantes y trabajadores de distintos
espacios y corrientes políticas.
El año pasado, a su vez, fue la primera vez
que intenté realizar mis prácticas
docentes en el marco del profesorado de historia de la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, el cual anhelo
concluir prontamente pues deseo con vehemencia emplear mis años juveniles (pero
los de esa juventud madura que, me imagino, se abre como una meseta de
estabilidad y un poco más de experiencia traspasado el umbral de los 27 años)
conociendo el territorio brasilero, haciendo circular el conocimiento pero no
por las vías oficiales que comportan los
lineamientos curriculares del ministerio de educación de un estado
provincial de esta violencia territorial denominada República Argentina. Aunque
no logré hacerlo el año pasado, porque no me daba el porcentaje
de la carrera para realizarlas, ingresar
el espacio donde hoy concluyo, un
año más tarde, mis prácticas docentes,
me ayudó a ampliar mis horizontes y perspectivas sociales, en materializar y
percibir otra dimensión de lo privilegiada
que soy en el marco de esta Argentina del pleno siglo XXI, logró también
que me encariñara un poco más con la docencia y sus pequeños encantos cotidianos,
a poder socializar desde un lugar de contención y afecto, a conocer a mis
vecines de Tolosa y del barrio nuevo de Ringuelet, y, sobre todas las cosas, a
poder presentarme de forma orgullosa como feminidad travesti en el aula, que era algo para mí antes
impensado, a través del hábitus, de la vestimenta, del maquillaje, de la forma
de afectarme. Antes de esto, lo único que podía imaginar para mis prácticas
docentes antes de este año era la figura, que se menciona con frecuencia en el
ámbito anglosajón de redes sociales como Twitter o Reddit, de boymoder (algo de esto había mencionado a una de
las profesoras de la cátedra, de hecho, el año pasado), que es el equivalente a
decir “una chica o feminidad trans que, por distintas razones relaciondas a la
ansiedad social que genera la incongruencia entre su afirmación identitaria y
la percepción social de la feminidad imaginada, cuando su “transición hormonal” aun se halla incompleta o no se ha hecho aun
las cirugías que desearía para sentirse a gusto con su
propia imagen, para evitar situaciones
de estrés y mayor exposición, se muestra
como un chico, o bien usa ropa holgada, o no se viste o maquilla de forma
que reafirme su posicionamiento en tanto que feminidad”. Sin embargo, hallo hoy
en día una serie de incongruencias y problematizaciones pasibles a este
concepto, que en mi opinión adolece de un error de perspectiva en tanto y en
cuanto nos transporta a una cultura y a una sociedad diferentes a la nuestra
(estadounidense, angloparlante) y que no creo que sea asimilable, como
tantísimos otros debates, a nuestro contexto territorial sudamericano. A todo
esto, me pregunto: si yo me hormono, como ahora, y aun así, visto con ropa
holgada, ropa deportiva, buzos, joggings, etc., ¿qué cambiaría entonces?
¿cuánto podría percibir la gente de los aspectos de mi cuerpo, que lentamente, presentan una
interacción novedosa con respecto a
la adición de estrógeno faciliado de
forma externa, como el nuevo Llegaría, a
lo sumo, el punto en donde la hormonización, prolongada en el tiempo,
generaría el crecimiento de pequeñas glándulas mamarias, las cuales se
percibirían por debajo de la ropa. Y en ese contexto, reivindicaría, pero desde
otro lugar, la idea anglo de boymoder,
que por lo que he visto suele tener cierta connotación peyorativa, y desde una
reapropiación de un concepto antes
injurioso, podría tatuarme semejante
término, y cuando no,
argentinizarlo, a la manera nuestra (algo que a val flores, cuyo texto sobre
des-heterosexualizar la pedagogía repondré más adelante, quizás le resultara
interesante) como “travesti chonga”, siguiendo también
Ahora, aunque concluyo las
prácticas con una sensación extraña, de habérseme desdibujado las propuestas
pedagógicas que había pensado conjunto a la cátedra, donde me hubiera
interesado muchísimo no sólo abordar la
cuestión de la religión y del esclavismo en la llamada conquista de
América, sino también problematizar la modernidad en un sentido más amplio y
llegar a trabajar las estructuras de género y su relación con el mestizaje y el racismo en un contexto de
origen tan determinante (la sociedad colonial criolla) de nuestras sociedades
sudamericanas (hiper)modernas; ahora, pues, aunque esa planificación no pudo
darse por una limitación del tiempo y
una revisión de lo que era posible
abordar junto a mi pareja pedagógica, sí considero que fue provechoso el
espacio de prácticas, sobre todas las cosas, gracias a la posibilidad de
continuar profesionalizando mi práctica docente en este momento de transición
tan acuciante y liberador, a la vez que contradictorio, en mi vida.
Así como fue difícil
transitar este año, refuerzo mi pertenencia a este espacio en razón de que,
como debatimos junto a mis compañeres una noche en una cena donde debatíamos
cuestiones relacionadas a formación, se trata de una escuela que contiene a les
excluides del sistema educativo no solo en referencia a estudiantes adultes con
trayectorias educativas discontinuas, sino también a docentes que de alguna
forma u otra no se ven plenamente interpelados, cuando no excluides (porque
hubiera sido ese mi caso en un contexto social mínimamente más retrógrado u
oscurantista que el nuestro, como el que se vive en ciudades o localidades de
menor cantidad de habitantes que La
Plata, o la conurbación del Gran Buenos Aires) por el proyecto educativo de la
escuela normal. Este es el sentido en
Esto me da pie a establecer
algunas puntas de contacto con la bibliografía sugerida por la cátedra, en
especial, el texto de val flores, que va en línea con lo escrito anteriormente
en estos ensayos y diarios de mi transición, sobre des-heterosexualizar la
pedagogía, y las dificultades que ella, en su posicionamiento como lesbiana
visible en la escuela y que, lamentablemente, refuerzan mi temor antiguo por no
poder hallarme cómoda dando clases, siendo visiblemente travestis en entornos
normalizadores donde la vigilancia de las familias (que se observa en los
epígrafes de actas en los que fue
involucrada la docente) genera aquellos dilemas sobre
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