miércoles, 15 de noviembre de 2023

Travestismo y pedagogía

 

Diario de estrógeno (semana 3) – Travestismo y pedagogía

 “Ontem de manhã quando acordei

Olhei a vida e me espantei

Eu tenho mais de 20 anos

E eu tenho mais de mil perguntas sem respostas

Estou ligada num futuro blue

Os meus pais nas minhas costas

As raízes na marquise

Eu tenho mais de 20 muros

Elis Regina, 20 anos blues.

 

Sección 1. Autodidactas por obligación: para una pedagogía tentativa sobre el re-ensamblaje corporal.

Hoy es un día muy extraño, necesito dejar un registro de ello. Por sobre todas las cosas, pienso en la idea de convivir en un espacio, apañando a un amigo travo que fuera echado del alquiler donde habitaba por una situación donde se incumplieron acuerdos que habían sido pactados en un primer momento; convivir acá, aunque sea temporariamente, en un monoambiente, es la idea que mi familia, que optó sistemáticamente por mi soledad, jamás comprenderá. Ahora, mientras mis amis duermen, y yo redondeo el trabajo de la facultad, pienso a su vez en que a las 9 de la mañana atendí a un cliente que venía, cuando yo aun vivía en Tolosa, a visitarme con frecuencia por mi servicio como puta, y en cómo cambiaron mi intuición y mi sensibilidad desde que me empecé a hormonarme a esta parte, aun tratándose de un periodo tan breve de tiempo que llevo realizando este tratamiento.

Pienso en las personas que vendrán; pienso en las personas que necesitarían esta información, y esta información no está disponible, porque aunque los endócrinos digan qué es lo que tenemos que tener o no en la sangre, la realidad de nuestra sangre les está vedada por el propio encanto de una experiencia intransferible, intensa y, en términos históricos, novedosa en tanto las facilidades que la técnica industrial moderna proporciona a la hora de alterar nuestros organismos. Aunque sabemos también que hay conocimientos ancestrales sobre fitohormonización (hormonización a través del uso de compuestos activos de las plantas que no es  sino el conocimiento expropiado por la modernidad del que se valió en gran medida la industria farmacéutica para existir).

Pienso en ellas: vendrán, preguntarán, accederán a las exquisitas mercancías proporcionadas por la farmacéutica, que nos diseñan los cientistas puestos al servicio de los empresarios de la farmacopea y que el maldito estado, como parte de una reparación histórica, recién ahora nos está habilitando y distribuyendo; todo este conocimiento también nos fue expropiado y lo vamos a reconstruir, la ciencia no comprende, la medicina no podrá penetrar jamás en el secreto. Pero tal secreto no existe. Solo queda existir: y sentir, de a poco, como comienza a sentirse la gravedad en el pecho, como los granos de la cara, que son parte de nuestra grasa corporal, empiezan a modificarse por el peso mismo de lo que antes era caliente y ahora se está enfriando, o de lo que antes tendía a subir y ahora se está yendo para  abajo.

Hace tres semanas que estoy aplicando sobre mi cuerpo dosis de estrógeno (estradiol en gel), combinadas con un medicamento, la espironolactona, empleado por personas que, como yo, portando gónadas productoras de espermatozoides, desean reafirmar características socialmente codificadas como femeninas en su cuerpo, medicamento empleado entonces como un bloqueador de testosterona.

En un principio, había pedido, por recomendación de una amiga, que me dieran ciprosterona. En el hospital me dieron un blíster de dicha medicación y, como no tenían más, dos blísteres del otro medicamento, la espironolactona, que tiene “mala fama” porque te hace mear constantemente. Noté en una semana el efecto concreto que este tipo de medicamentos tienen sobre el cuerpo, enfáticamente, la disminución de la libido, es decir, del deseo sexual en términos generales y en lo concreto, del funcionamiento de lo que sea que funcionaba en mi cuerpo y que me permitía tener erecciones (intuyo: ¿la producción de  semen?).

 Ese componente de mi “vida sexual” es hoy en día virtualmente inexistente; para re-obtenerlo (y para mi alivio en lo que hace a mi trabajo de prostituta) basta con dejar la medicación durante un día y en el plazo de unas horas es posible volver a tener una erección. (Me basta con saber con antelación cuando tengo, como hoy temprano por la mañana, un turno con un cliente, si debo o no tomar esa pastilla: incluso comencé a dosificar la misma, tomando mitad un día a la mañana y la otra mitad al otro día a la misma hora; hay que notar, sin embargo, que la prostitución es un tipo de trabajo  que muchas  veces no  permite ese tipo de planificación y que dificulta la posibilidad de atravesar una rutina cotidiana de forma ordenada). No necesito, de todas formas, tener una erección sí o sí para realizar ese trabajo, porque cada cliente busca o se interesa por cosas distintas en relación a mi corporalidad e identidad (las más de las veces, el punto reside en la fetichización, la investidura sexual que, por distintas razones sociohistóricas y culturales sobre las cuales no puedo ahondar acá se les atribuyen a las identidades trans y travesti).

La ciprosterona y la espironolactona cumplen, entonces, una misma función en las terapias de reemplazo hormonal (tratamiento cruzado, que le dicen) para personas “pene-portantes” o bien, con gónadas que por su propia cuenta se encargan de la producción de espermatozoides, asociadas biopolíticamente a la testosterona como eje somático de las masculinidades imaginadas socialmente; pero basta leer los prospectos respectivos para detectar inmediatamente que se trata de medicamentos claramente distintos, empleados en un contexto de origen, para el tratamiento de dolencias y afectaciones físicas que no guardan una relación directa, bajo ningún término, con la idea de terapias de reemplazo hormonal que tenemos nosotrxs como usuarixs trans y travestis. En este sentido, los prospectos son categóricos: aunque millares de travestis, transgénero y transexuales usaron, usamos y usarán estos medicamentos para sentirse aunque sea un poco más a gusto en el marco de este deteriorado mundo hipermoderno y en la estructura emocional y del goce de sus cuerpos propios, los manuales de uso que estas pastillas traen nos desconocen completamente. Pero no hay que creer que un médico sabe mucho  más. Este es el punto de la cuestión: con amigues travestis venimos problematizando, en talleres y  conversatorios sobre hormonización, que para les mediques somos estadísticas y el mismo experimento a través del cual van obteniendo información y datos sobre algo que jamás lograrán comprender, porque su visión no sólo de la ciencia, la medicina, la sociedad y la historia (si es que de casualidad tienen una visión sobre esta última), sino también de sus propias biografías, existencias y en muchos casos incluso de sus relaciones interpersonales y sus vínculos familiares, es una visión cisgénero, heterosexual, cuerdista-capacitista y absolutamente  excéntrica a la búsqueda que  nos motiva a  transformarnos, a mutar a través del arsenal que la farmacopea puso a nuestra disposición, porque nos quitó categóricamente cualquier otra posibilidad de escapar del categórico mandamiento social que las instituciones se encargan de reproducir: familia conyugal, escuela y bullyng, trabajo y castración sistemática del deseo vital y de cualquier atisbo de intensidad y creatividad en la vida como mandato compulsivo si lo que querés es un plato de comida al final del día y no tener que vivir errando o en la calle cuando ya no hay alternativas. Solo existe, en este plano, educarnos por nosotres mismes; de nosotres de cara a nosotres, en nuestro colectivo, sin que en esta conversación participen los ajenos, como bien señaló el militante travo Eugenio Talbor Wright en una antológica entrevista; y de nosotres hacia el interior de nuestros cuerpos y subjetividades, averiguando a través de la experiencia qué efecto lleva en nosotres estos comprimidos, geles e inyecciones, comprendiendo a través de la transformación que conlleva el hábito, el paso del tiempo y el confrontar, desde las modificaciones que vamos atravesando, distintas situaciones de vida y de conflicto, de amor (que nadie lea aquí “romanticismo” por favor) y de resistencia (pero hoy en día celebrar una fiesta y  participar de una marcha del orgullo en pleno centro de una gran ciudad occidental, no constituye, en mi opinión, mucha resistencia que digamos, ubicándonos en el mapa de una geografía política global donde somos CONTEMPORÁNEXS DE UN GENOCIDIO TELEVISADO TELETRANSMITIDO A CIELO ABIERTO).

Me gustaría precisar con información bien contextualizada por qué la ciprosterona y la espironolactona se sienten como medicamentos tan distintos en el cuerpo; quizás no es ahora el  momento indicado para profundizar en la cuestión. Dependiendo de lo que une busque, podría optar por una u otra pastilla – mi amiga la pasó muy mal, durante años, con la espironolactona y le   costó mucho llegar a obtener la cipro, porque antes no era tan fácil acceder a estos comprimidos por la vía del sistema estatal-público de salud; sin embargo, yo, que recién hace tres semanas me hormono, me encontré con que la ciprosterona es un medicamento destinado a bloquear totalmente la síntesis de testosterona en el  testículo, de forma tal que una semana después ya no lograba sentir placer de la forma en que durante veinticinco años me había acostumbrado, lo que significó un cambio sideral, tanto con sus potencias como con sus limitaciones, en relación a como habito mi cuerpo y mi deseo. El acetato de ciprosterona es un medicamento que se usa para tratar a pacientes con cáncer de próstata y a mujeres con “manifestaciones de androgenización” (como el hirsutismo). La espironolactona, en cambio, es un medicamento antagonista de otra hormona, la aldosterona, producida por las glándulas suprarrenales, y se usa generalmente en tratamientos para pacientes con problemas cardíacos favoreciendo la excreción de líquidos y la excreción de mayor cantidad de sodio en la orina.

Sección 2. Cuaderno de bitácora (extracto)

“…cuando comencé a experimentar con estos medicamentos no pude evitar que la ciencia y la técnica modernas – en este caso, de mano de esa rama de la bioquímica que el modo de producción capitalista usufructuó mercantil y laboralmente bajo el nombre de farmacéutica – ejerzan sobre mí la tentación fáustica: tener a mi alcance la posibilidad de alterar (jugando a ser ese dios-con-prótesis del que hablara Freud en su libro sobre el malestar en la cultura) no solo mi apariencia externa sino también, transformación de carácter alucinante o alucinatorio, mis estados de ánimo, mi propiocepción corporal; causando modificaciones drásticas en mi humor a lo largo de un día y desencadenando a la larga una experiencia radical de extrañamiento existencial y re-ensamblaje de un cuerpo que había sido desligado y percudido por la lógica alienante de la heterosexualidad compulsiva, que va de suyo en las familias y en la escolarización obligatoria como espacios de encierro destinados a la reproducción del mundo social moderno en clave cis-hetero-normada y binaria…”

Sección 3. Travestismo y pedagogía en el aula de un bachillerato popular.

El año pasado ingresé a dar clases en el área de sociales del bachillerato popular El Llamador, ubicado en el Galpón de  Tolosa, un establecimiento social y cultural que fue recuperado el año 2007  por militantes y trabajadores de distintos espacios y corrientes políticas.

El  año pasado, a su vez, fue la primera vez que  intenté realizar mis prácticas docentes en  el marco  del profesorado de  historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, el cual anhelo concluir prontamente pues deseo con vehemencia emplear mis años juveniles (pero los de esa juventud madura que, me imagino, se abre como una meseta de estabilidad y un poco más de experiencia traspasado el umbral de los 27 años) conociendo el territorio brasilero, haciendo circular el conocimiento pero no por las vías oficiales que comportan los  lineamientos curriculares del ministerio de educación de un estado provincial de esta violencia territorial denominada República Argentina. Aunque no logré hacerlo  el  año pasado, porque no me daba el porcentaje de  la carrera para realizarlas, ingresar el  espacio donde hoy concluyo, un año  más tarde, mis prácticas docentes, me ayudó a ampliar mis horizontes y perspectivas sociales, en materializar y percibir otra dimensión de lo privilegiada  que soy en el marco de esta Argentina del pleno siglo XXI, logró también que me encariñara un poco más con la docencia y sus pequeños encantos cotidianos, a poder socializar desde un lugar de contención y afecto, a conocer a mis vecines de Tolosa y del barrio nuevo de Ringuelet, y, sobre todas las cosas, a poder presentarme de forma orgullosa como feminidad travesti en  el aula, que era algo para mí antes impensado, a través del hábitus, de la vestimenta, del maquillaje, de la forma de afectarme. Antes de esto, lo único que podía imaginar para mis prácticas docentes antes de este año era la figura, que se menciona con frecuencia en el ámbito anglosajón de redes sociales como Twitter o Reddit, de boymoder (algo de esto había mencionado a una de las profesoras de la cátedra, de hecho, el año pasado), que es el equivalente a decir “una chica o feminidad trans que, por distintas razones relaciondas a la ansiedad social que genera la incongruencia entre su afirmación identitaria y la percepción social  de  la feminidad imaginada,  cuando su “transición hormonal”  aun se halla incompleta o no se ha hecho aun las  cirugías  que desearía para sentirse a gusto con su propia  imagen, para evitar situaciones de estrés y mayor exposición, se muestra como un chico, o bien usa ropa holgada, o no se viste o maquilla de forma que reafirme su posicionamiento en tanto que feminidad”. Sin embargo, hallo hoy en día una serie de incongruencias y problematizaciones pasibles a este concepto, que en mi opinión adolece de un error de perspectiva en tanto y en cuanto nos transporta a una cultura y a una sociedad diferentes a la nuestra (estadounidense, angloparlante) y que no creo que sea asimilable, como tantísimos otros debates, a nuestro contexto territorial sudamericano. A todo esto, me pregunto: si yo me hormono, como ahora, y aun así, visto con ropa holgada, ropa deportiva, buzos, joggings, etc., ¿qué cambiaría entonces? ¿cuánto podría percibir la gente de los aspectos  de mi cuerpo, que lentamente, presentan una interacción novedosa  con respecto a la  adición de estrógeno faciliado de forma externa, como el nuevo  Llegaría, a lo sumo, el punto  en donde  la hormonización, prolongada en el tiempo, generaría el crecimiento de pequeñas glándulas mamarias, las cuales se percibirían por debajo de la ropa. Y en ese contexto, reivindicaría, pero desde otro lugar, la idea anglo de boymoder, que por lo que he visto suele tener cierta connotación peyorativa, y desde una reapropiación de un  concepto antes injurioso, podría tatuarme semejante  término, y  cuando no, argentinizarlo, a la manera nuestra (algo que a val flores, cuyo texto sobre des-heterosexualizar la pedagogía repondré más adelante, quizás le resultara interesante) como “travesti chonga”, siguiendo también

Ahora, aunque concluyo las prácticas con una sensación extraña, de habérseme desdibujado las propuestas pedagógicas que había pensado conjunto a la cátedra, donde me hubiera interesado muchísimo no sólo abordar la  cuestión de la religión y del esclavismo en la llamada conquista de América, sino también problematizar la modernidad en un sentido más amplio y llegar a trabajar las estructuras de género y su relación con el  mestizaje y el racismo en un contexto de origen tan determinante (la sociedad colonial criolla) de nuestras sociedades sudamericanas (hiper)modernas; ahora, pues, aunque esa planificación no pudo darse por una  limitación del tiempo y una revisión de lo que era  posible abordar junto a mi pareja pedagógica, sí considero que fue provechoso el espacio de prácticas, sobre todas las cosas, gracias a la posibilidad de continuar profesionalizando mi práctica docente en este momento de transición tan acuciante y liberador, a la vez que contradictorio, en mi vida.

Así como fue difícil transitar este año, refuerzo mi pertenencia a este espacio en razón de que, como debatimos junto a mis compañeres una noche en una cena donde debatíamos cuestiones relacionadas a formación, se trata de una escuela que contiene a les excluides del sistema educativo no solo en referencia a estudiantes adultes con trayectorias educativas discontinuas, sino también a docentes que de alguna forma u otra no se ven plenamente interpelados, cuando no excluides (porque hubiera sido ese mi caso en un contexto social mínimamente más retrógrado u oscurantista que el nuestro, como el que se vive en ciudades o localidades de menor  cantidad de habitantes que La Plata, o la conurbación del Gran Buenos Aires) por el proyecto educativo de la escuela normal. Este es el sentido en

Esto me da pie a establecer algunas puntas de contacto con la bibliografía sugerida por la cátedra, en especial, el texto de val flores, que va en línea con lo escrito anteriormente en estos ensayos y diarios de mi transición, sobre des-heterosexualizar la pedagogía, y las dificultades que ella, en su posicionamiento como lesbiana visible en la escuela y que, lamentablemente, refuerzan mi temor antiguo por no poder hallarme cómoda dando clases, siendo visiblemente travestis en entornos normalizadores donde la vigilancia de las familias (que se observa en los epígrafes de actas en los que fue  involucrada la docente) genera aquellos dilemas sobre

 

 

miércoles, 1 de noviembre de 2023

Celebración

Los siguientes párrafos no son más que un breve relato de pura ficción que escribí algún cinco de enero. En homenaje a Ensenada, el noreste de mi alma. 

No había nada especial en aquella casa. Pero detrás se escuchaban los ruidos de una fiesta. ¿Qué año era? El sol ya no era más una ridícula pantalla de luz, como a las ocho de la mañana; era, en cambio, una realidad punzante que desde el cenit involucraba, sobre el cemento y la tierra de aquel patio, ardores insufribles para los humanos. ¿Y qué estaban bailando? Sin lugar a las dudas, era verano; principios de enero, tal vez. ¿Pero de qué año? ¿Quién me puede decir, por favor, qué año de la humanidad era? 



M. bailaba junto a J. y O. en un espacio limitado por unas plantas de clima húmedo que bebían de la cercanía del río como yo, en su momento, bebí mezclas de vino y gaseosa para fortalecerme y así poder seguir ventilando mis extremidades aun a pesar del calor. La música no las aturdía. El sonido intermitente por las pausas propias de una conversación, o roto en el caos del sueño en una siesta por los chillidos en el jardín o el patio de un vecino (la diferencia entre un jardín y un patio, en mi opinión, es que este conoce del cemento y aquel sólo conoce del pasto y de la tierra) el silencio a las plantas les podía mejorar la circulación de la savia, o quién sabe, el enervamiento de los frutos, la habilidad misma de aclimatárseles el sabor. Pero la música: ¡Qué espectáculo! ¡Qué sensación! Eso sí era un jolgorio. Pero ya no sé cómo se escribe esa palabra. M. bailaba junto a J. y O. en un patio de cemento y mugre de polvo y colillas de cigarrillo: cuando el sol ya enviaba sus manifestación de odio, a eso de las dos o las tres de la tarde, era hora de baldear el piso marchito con el agua de la pileta o, mejor, de entrar los parlantes a la casa y seguir bailando dentro. ¡Qué ocasión maravillosa!  Asombro, fortuito deambular, asiento de haces de sonido proyectado en ritmo de cuerpos incapaces de frenar, incapaces de detener su marcha llena de brincos. Espasmos de los cuerpos. Contorneos pélvicos y señas faciales del placer.

El vino estaba refrescándose en el hielo. Junto a la gaseosa de origen cordobés. No escribo la marca (para eso que me paguen). El vino era caliente, era sangre, un aluvión de sabor merecido. El vino era: ¿Qué más decir del vino? Sin embargo, el vino. Refrescándose estaba junto a la gaseosa de origen cordobés. Era la hora de los juegos, la hora de la siesta. Era la hora de seguir bebiendo. ¡Sana costumbre, hasta el momento de despertar, echarse sangre al cuerpo! ¡Perder la esperanza, destruir el ámbito inocente donde los sabores fuertes generaban rechazo! Y entregarse a la desmesura. (América del Sur, el río, la sangre). Porque ahora: ¿Quién le va a decir que no a tu nombre? Ahora, ¿Quién le va a tener miedo a la expresión de tu sombra? Ahora, ¿Qué calle de extrema lejanía periurbana no arremeterás con tus zapatillas flojas? 

Una decisión saludable. Hay que bailar aunque el cuerpo pida reposo. Destruir las noches en camillas y bajo alfombras es demasiado adocenado. Tener veintitrés años, ¡Y el tiempo se detiene! ¡La música se vuelve tu cuerpo! ¡La jarra de vino sigue girando! A la hora de la siesta...¿Pero que año era, por favor, qué año? Todo se me desordena, pero cuando encontré la alegría supe que la infelicidad sería más grande. Pero al otro día, sí, al otro día: por el contorno de su ausencia. Era la llama de haber sido alegre, bailando música absurda, imposible de comprender en sosegado reposo de cuerpo madrugado, lo que abría la compuerta del espanto existencial, de la nada que existe dentro de unas cortinas donde no se respira sino un olor a madera y polvo, a ropa comida por los meses del encierro y a jazmín condensado! Era la falta de rumbo, era la tormenta del alma; la falta de objetivos, la falta de horarios, la falta de aire libre tal vez; las ausencias multiplicadas por el maniobreo urbano, la ausencia de tantos rostros que no es que te dieron la espalda, no: te dieron la nuca. Y nunca más les volviste a ver un ojo.

Dentro de aquella casa, una tarde de enero; ¿sería el primero de enero, un quemar el año abandonado en la recova de la memoria?  M. bailaba junto a J. y O. Había, al lado de una pared, sobre unas sillas, personas cansadísimas que, con las piernas puestas en remojo, seguían bailando con el cuello, el torso y los brazos. Las horas precedentes habían sido una afirmación vital del goce. Su pasión manifiesta era seguir bailando. Solo mover el cuerpo es bailar también. Un chongo en cuero, con las dos tetillas de su cuerpo plenipotenciario del deseo perforadas (además, ¡qué cuerpo enorme! ¡proporcionalmente enorme y placentero de admirar!) y el pelo prolijamente rapado en las comisuras por las que el fondo de la cabeza se convierte en cuello y el cuello en espalda, bailaba, bailaba agitando el culo y dando saltitos. acompasando el pulso ancestral de la merca (que había tomado a través de la lengua agria) y el vodka. O., que seguía bailando sin parar desde las tres de la madrugada (iban ya doce horas de ininterrumpida música) le decía a M.: "vos te bailaste todo amiga". Y sí, era verdad, aunque preciso es reconocer que O. también.  

Consigna de la facultad: "la maquinaria escolar"



Se pidió que describa rasgos del dispositivo escolar que atravesé durante mis años de escuela primaria y secundaria para realizar una comparación de sus elementos con los descritos por Varela y Álvarez Uría como propios de la maquinaria escolar moderna.

 Asistí durante mi formación primaria y secundaria a un pequeño instituto de formación católica y subvencionado por el Estado en Manuel B. Gonnet. Se nos hacía formar en filas, agrupados por género y edad y en orden de menor a mayor según nuestra estatura, antes y después de empezar las clases. Entonces se seleccionaba a un alumno y a una alumna para que se izara la bandera, momento en que había que guardar silencio. A la entrada, el director del colegio se paraba en frente de la formación y hacía comentarios según la ocasión (por ejemplo, referencias al santo patrono del día, o sobre la guerra en Siria). A la entrada y a la salida rezábamos. Como yo acompañara el rezo, cuando muchos no lo hacían, recuerdo la impresión que me produjo la vez que un compañero me dijo que era ARRIC: ateo recibiendo instrucción cristiana.

Se nos mandaba al aula correspondiente a cada curso. La escuela era nada más que un pasillo largo, con las aulas a un costado. En el medio había un gabinete con paredes de cristal que permitía visualizar el pasillo de punta a punta y que constituía la preceptoría: un profesor lo usaba a modo de ejemplo para explicar la noción de panóptico. Además, las aulas tenían ventanas que daban al pasillo y cada vez que pasaba algún funcionario del colegio podía ver lo que ocurría dentro de cada una.

Esto está en clara relación con las ideas de Varela y Álvarez Uría en la medida en que la escuela funcionó, en el contexto de mi vida, como un medio de disciplinamiento (los autores describen al dispositivo escolar como un “espacio de domesticación”) y actuó como garante de que yo me convierta en una persona limpia, ordenada y diligente, entre otros atributos, porque son estos requisitos indispensables para sobrevivir en una sociedad capitalista en donde las formas de trabajo predominantes y también las más respetadas son asalariadas y en relación de dependencia. La formación en filas, la repetición de actos simbólicos, la corrección de la postura (que no nos apoyásemos en las ventanas o en las paredes cuando formábamos, por ejemplo), la utilización de bancos individuales a modo de pupitres, el requerimiento de un uniforme, la demanda de llevar al día una carpeta (actividad que yo nunca pude lograr, teniendo siempre un caos de hojas sueltas en la mochila) y de completar exámenes, fueron todas estas modalidades preferentes de una forma de socialización y de instrucción, descrita por los autores como una invención de la burguesía para “civilizar” a los hijos de los trabajadores, de la que al día de hoy aun me resiento y que limitó y contuvo mi potencial humano. Fue durante los años de mi formación secundaria que supe que quería estudiar historia: fue el dispositivo moderno escolar el que introdujo en mi cabeza la idea de que debía seguir una carrera profesional universitaria intentando conciliar mis “intereses” con una “salida laboral”, habiendo enorme cantidad de posibilidades diferentes respecto a lo que yo podía hacer con mi cuerpo y mi mente una vez terminada la secundaria. Y, si al día de hoy continúo esta carrera, se debe a que invertí en ella ya cinco años de vida y me queda poco por finalizarla, debiendo admitir penosamente que al adquirir un mayor conocimiento (a través de la experiencia y del estudio) de cómo funcionan las instituciones educativas y el rol disciplinario que cumplen en la reproducción de las relaciones sociales existentes (de lo que Varela y Álvarez Uría dan cuenta, precisamente, en el capítulo trabajado) ya no me siento acorde a ejercer el rol de funcionario estatal como un docente y me siento llamado a la búsqueda de una vida más autónoma y más intensa. Sí: acaso deba ejercer la docencia en algún momento para sobrevivir bajo las condiciones impuestas por la obligatoriedad del trabajo asalariado en un contexto donde los flujos del capital se han desbocado y la formación social capitalista avanza, por la fuerza ciega de las dinámicas que ha desatado, hacia su autodestrucción; y sí, planeo hacerlo de forma profesional y con las herramientas pedagógicas que la formación terciaria me otorgue. Pero tendré que ejercer la docencia de la misma forma en que tendré que realizar mil actividades diferentes para poder sobrevivir en esta era: hacer masajes, reciclar tarros de pintura para plantar ajo y pimientos en un balcón, tocar música en las calles a cambio de la propina de quienes la ofrezcan, dar clases auxiliares, etc. Es por estas razones que, frente a los mecanismos de disciplinamiento que la sociedad capitalista ejerció en la búsqueda de la sujeción de mi cuerpo y de mi mente (a través de sus medios de socialización preferentes, la familia conyugal y las instituciones educativas y, entre ellas incluyo a la academia y la formación universitaria que actualmente curso, aun teniendo conciencia de cómo ellas operan) es por estas razones, digo, que frente a dichos mecanismos disciplinarios me reivindico como un inadaptado, un fugitivo, un goliardo.  

(el texto anterior, escrito en 2020 como consigna para una cátedra del tramo pedagógico del profesorado en historiade la FaHCE, UNLP, me resulta de interés por ser el germen de una contradicción existencial con respecto a la profesión que en algún momento me interesó ejercer laboralmente, contradicción que he solucionado parcialmente, al día de la fecha, dando lugar a la docencia pero en un bachillerato popular, asociado a un movimiento piquetero; la relación con la estatalidad es ambigua, otorgamos títulos de secundario oficiales, a pesar de eso, la forma en que nos organizamos es excéntrica al sistema de educación estatal y a las directivas del ministerio de educación de la provincia de buenos aires. la educación  para  adultes, que eligen por cuenta propia finalizar sus estudios, me resulta más motivadora que la educación para adolescentes compulsivamente  obligades al encierro en instituciones contemporáneas a las cárceles, hospitales etc,, como señala el texto, de clara inspiración foucaltiana, reseñado en la redacción de esa consigna, escrito por Julia Alvarez y Fernando Alvarez-Uria: "la maquinaria escolar", capítulo del libro  Arqueología en la escuela).

viernes, 27 de octubre de 2023

Transformación colectiva y transición individual

 Viernes 27 de octubre de 2023

Diarios de estrógeno (día 2)

No hay conocimiento nuevo sobre la existencia que pueda evadir la condicionalidad, por así decirlo “material”, de tener un cuerpo de animal que es nuestro soporte fisiológico, nuestra carcasa desde donde el cortex cerebral emite respuestas y recibe señales, interpretando con sus receptores la realidad que percibimos, dotándola de sentido, construyendo cada día interpretaciones nuevas.




Yo había dejado de escribir. Escribir es una forma de elaborar conocimientos nuevos sobre la existencia. Parte de la capacidad de síntesis que posee la mente: traduce esas interpretaciones recibidas por los neuroreceptores y todo lo que nos envuelve por medio de la presencia de un órgano cuyo funcionamiento es demasiado complejo como para ser comprendido por ese mismo intelecto que en él se sustenta; yo había dejado de escribir y sin embargo, cuando  me propuse llevar adelante un registro de mi transición había entablado con la escritura un pacto, y decidí divulgar algo de ese conocimiento. Pronto, transicionar (primero por medio de la autoafirmación constante y diaria, previamente a tomar cualquier tipo de decisión en lo tocante a las hormonas, de mi identidad, es decir, mi  identidad como femenidad travesti (pero cuántas veces dudé yo mi  misma de mi propia identidad), asumida de “forma novedosa” a partir de ese extraño 2020 en donde varios vórtices se abrieron simultáneamente con la pandemia y la profundización de una crisis global; luego, a partir de técnicas de disciplinamiento corporal tendientes a lo que la sociedad nos encaja como feminización, a saber, la depilación definitiva) sirvió para dar lugar a una interesante reflexión, un proceso escriturario que pueden encontrar en entradas anteriores de este curioso e introspectivo blog. Luego, cosas más atroces ocuparon mi mente: la rotura de mi rodilla, la continuidad de mis estudios, el retorno a la vida social sin que nadie problematizara a conciencia lo que el reseteo cultural al que nos sometieron las decisiones tomadas por el gobierno en el marco de la pandemia que arribó a América del  Sur en marzo del 2020- decisiones acertadas o no, quién podría aseverarlo, yo creo que fueron medidas tomadas a tiempo y con cierto nivel de criterio, aunque claramente puedo decir eso porque tengo una estructura, o mejor dicho, reposo sobre ciertos privilegios, que me permitieron pasar sin mayores angustias ese trance siniestro del 2020 y del 2021. Pero, a la vez que empezaba a expresarme bajo el signo de mi nueva identidad, como Lihué, empecé a sentirme bien. Y habiendo sido, en la historia triste de mi vida a partir de los 16 y más aun después de los 17 años, la escritura, un medio para canalizar y ahondar en la tristeza, sentirme bien era extraño para mí, y sentirme bien comulgaba ampliamente con la noción de que debía abandonar transitoriamente la escritura, que mi yo realmente no necesitaba ya de esa herramienta. Y que eso era un buen síntoma, porque si yo había escrito en situaciones de salud mental aberrantes, donde no podía sostener mi ansiedad y lloraba a los gritos en ocasiones sin poder comprender el origen de tanto malestar, no sentir a partir de entonces la necesidad de redondear la depresión con pensamientos pasados por escrito en donde relatara lo mal que me hace el mero hecho de existir, lo espantoso del presente histórico que me cupo en suerte y, banalmente, mi desesperación, mi agobio por la ignorancia del resto de la gente y mis ganas de morir (ya que no sería posible matarme, por tenerle tantísimo miedo al vertedero de dolor que eso significaría).



Hubo, en ese trance, que dura ya mucho tiempo, una significativa insensibilización: haber dejado de escribir hizo que yo me anquilosara en un pensamiento acomodaticio, según el cual mi transición siempre estaba puesta en tela de juicio. Sentir vergüenza por no ser lo suficientemente travesti, por tener mi corporalidad de “varón” (sea lo que socialmente creas que signifique esa palabra tan poderosamente investida de mandatos absurdos) aun casi intacta y los privilegios de salir a la calle bajo el amparo de la misma. Dejó, por momentos, de  importarme como me vestía, dejo de ser importante mi manera de caminar: simplemente salía a la calle. De a poco, empecé a maquillarme más (debería ser exacta: aprendí, a los tropezones, a maquillarme). Y durante todo el año pasado compré muchísima indumentaria de esa que calificamos “femenina”: sobre todo, polleras, de distintos colores, formas y tamaños. El pelo, largo, por su  parte, siempre avaló en mi autoafirrmación identitaria en el eje de lo que la sociedad contemporánea estipula que es “una feminidad”. Tuve que reforzar el carácter “no binario”, “fluido” de mi identidad de género, recordando siempre que la identidad travesti es históricamente hablando una identidad que fractura todas las restricciones del binarismo de género, pero al toque comprendí que pensar mi identidad en términos estáticos y cerrados no llevaría a ningún acuerdo político interesante entre mi posicionamiento real, concreto, y la percepción que la sociedad tuviera realmente de mí. Como dijo en sus historias Instagram una persona que conozco “no se trata de cuánto incluís la palabra travesti o trans en tu discurso” sino más bien de que forma te agencias para reforzar cadenas de solidaridad que puedan favorecer a las personas históricas, marginadas, inasimilables, discas o en situación de calle dentro de este colectivo informe y surcado por profundas fronteras sociales. La inseguridad con respecto a mí misma forma parte del saldo negativo de la última época; sin embargo, en algún punto pensé que las marchas y contramarchas con respecto a mi proceso identitario (recuerdo que siempre preferí expresarme en estos términos para no caer en las trampas de pensar la identidad como algo estático y cerrado que comentaba antes) podría llegar a ser frecuentes en momentos de caos y anomia como el que estamos atravesando, dolorosamente, en términos generacionales, todes quienes nacimos en algún momento de la década del 90 y a principios de la del 2000. Estamos llegando a la mayoría de edad en un momento histórico tan conflictuado y perverso que los gestores de la política tradicional y los agentes más poderosos del mercado, como por ejemplo aquellos que influyen en la devaluación de la moneda corriente de nuestro país y en la gentrificación de sus ciudades por medio de la usura inmobiliaria y las  prácticas de discriminación y expulsión aparejadas al negocio de los inmuebles registrados, se han encargado de hacernos creer que no existe futuro posible. Y es que en estos términos, el futuro ya ha sido erradicado, por la crisis medioambiental eclosionada, por la fragmentación y la marginalidad, por la pobreza que pronto pasará a dejar huellas estructurales en el desarrollo venidero de los próximos 40 años de esta violencia territorial conocida como la República Argentina, en donde se decidirá por fin si todes nosotres nos embarcaremos de lleno en la locura discapacitante social o si realmente habrá una posibilidad distinta de construir algo mancomunado y genuinamente transformador. El futuro posible, el futuro que anhelamos, el único futuro que nos  parece digno habitar, ese donde no retrocedemos, ese donde no nos van a volver a erradicar por el medio brutal de la violencia y los abusos corporales y psíquicos a los que siguen sometiendo a la gran mayoría de las infancias; un futuro así, diría yo, nos exige como prioridad pensar la transformación, el cambio, como problemática filosófica. Tanto en el plano colectivo como en  lo que hace a lo más estrictamente político de la vida individual de cada miembro de esta especie condenada, ya sabemos, la raza humana, el único animal que, como señalaba Octavio Paz, oculta sus genitales y se esconde para coger. En el plano más íntimo e individual de esta problemática filosófica que nos insta a preguntarnos por la necesidad del cambio frente a la inminencia de la muerte, o bien ya de forma directa frente a una coyuntura emergente donde todo lo que existe pende de un hilo y nuestra supervivencia se resume a la siguiente urgencia: O CAMBIAMOS O MORIMOS, aparece en mí nuevamente esta necesidad sea existencial o ya meramente emocional y corporal de introducir en mi cuerpo estradiol en gel y ciprosterona, un medicamento usado como bloqueador de testo. Ante la transformación en grandes términos, el cambio social, la experiencia generacional de enfrentarse al mundo deteriorado del trabajo y el disciplinamiento en un contexto donde el único mundo posible está siendo devastado por la masacre del capitalismo del siglo XXI, invito encarecidamente a surcarnos introspectivamente, y gozando nuevamente del placer antiguo, el placer por la lectura y la escritura, para (re)imaginar qué futuro es ese futuro posible, futuro de mi vida, de mi extraña y fecunda vida, aunque ensombrecida por la depresión y por años de socialización masculina que pesan sobre mí como una cadena de saberes oxidados que me ata mediante mecanismos psíquicos más sutiles e invisibles, y futuro en fin de mi cuerpo como única plataforma somática sobre la que, como empecé escribiendo en esta entrada, es posible construir conocimientos nuevos; pienso así en las herramientas antiguas para ingresar y apoderarme con viveza en este entorno de lo nuevo, de lo que ahora comienza y que es, en suma, la experiencia individual de atravesar el cambio colectivo; frente a la transformación social de la estructura, si es que esa transformación siquiera es posible, algo que me cuestiono todos los días y ante lo que concluyo que sí lo es pero de forma paulatina e imprevisible, propongo la importancia fundamental de la transformación molecular del cuerpo y la existencia propia, la transición, que inaugura ahora sí su nueva etapa, apoyada por la ciencia médica y por los avances en la técnica, la hormonización, la introducción de sendas dosis en mi cuerpo de estrógeno, que me permitirán pensar y sentir desde una plataforma somática diferente a la que hasta el día de hoy he conocido.



Y no creo que sea prudente, por hoy, dar más detalles al respecto: con todo lo dicho es suficiente. Mañana lo revisaré y lo usaré para proseguir el registro que empecé hace años ya en mi blog, que se convirtió en un diario bitácora de mi transición, la máquina onírica, la máquina que como la red de los sueños nos invita a una experiencia mental alucinante, cuyo riesgo es arrojarnos a la locura de no comprender la inmensidad, la inmensidad que corre por detrás de nuestros símbolos, de nuestras fobias culturales, de nuestro continuo aprendizaje en el mundo cooptado por los signos y por la adoración de la ciencia como única fuente válida del saber y, por supuesto, la marca de la bestia, la corrupción ejercida en los seres humanos por medio de la invención y cada vez mayor fetichización de la mercancía y en especial, de esa forma compleja de mercancía llamada el dinero, que hoy casi que gobierna la totalidad de nuestras existencias y está al borde de arrojarnos al abismo de la catástrofe medioambiental. De todo esto yo también soy culpable. Quizás no pueda salir nunca de todas estas trampas mientras mi existencia no transvase los límites corporales de un ser humano. Espero ansiosa mi muerte para traspasar, con la conciencia difuminada en la totalidad del universo existente, y de todos los universos que puedan llegar a existir más allá de mi comprensión e imaginación, los límites de mi cuerpo, las lógicas ranuras con que mi mente, manifestación del eje somático que se sostiene en mi médula espinal, me mantiene amarrada a esta existencia de glucosa, vísceras, dientes, pelos y uñas.