La escritura y la muerte.
29 de agosto.
tw // suicidio, depresión.
Documentar quién soy. Dar cuenta de mi ser históricamente situado. Dar una noción de mí misma en cara a ese futuro que se me aproxima con rostro cadavérico y me invita a registrar esta particularidad que vive, sueña, come, coje, ríe, lee, observa su entorno y, sobre todas las cosas, sufre; sufre, porque de no sufrir no escribiría. La escritura como una respuesta a ese enigma de la vida que es el sufrimiento, la escritura como mecanismo de rebelión contra el fantasma que me posee y como una herramienta precisa, crítica y reflexiva, la única capaz de exorcizarlo. La escritura como liberación de las cadenas que me atan a ese miasma sin nombre que me revienta de bronca, como puñal que le clavo a la estructura simbólica que me aprisionó las costillas, como percepción en mi vida inscrita en los registros sexo-genéricos de una masculinidad impuesta de que esa masculinidad no me constituía ni era para mí. La escritura, siempre la escritura: entre las averías y las piezas fragmentarias de un mundo devastado por cinco siglos de capitalismo, entre la sangre que dejé desparramada en las hojas de libros que leía mientras me mordía y despejallaba los dedos, entre el calor de los veranos rioplatenses cuando aún era ese niño que soñaba con un mundo virtual en el que todo era música, una música exquisita, interminable, “orgía de infinito”, una representación de la nada y de la belleza de no existir más que como ondas que se expanden por el aire, entre todos los signos y entre todas las oquedades de mi vida frágil y absurda, la escritura me estaba buscando y yo a la escritura. Pero la escritura. Escribir para descifrar quién fui y quién puedo llegar a ser, para recuperar del fondo sin nombre y sin sentido el cauce, el manantial de los sonidos que en español me rebotaban y me decían “este es el mundo”, “este es tu rol acá”: no hay salida, salvo la muerte. Pero la muerte, ah: la muerte. Está prohibido que te la busques con tus propias manos o dientes. Está prohibido que deliberadamente te la busques, aunque sea saltando de un edificio, como hizo Gilles Deleuze, y aquel anónimo muchacho en la calle 12 de la ciudad de La Plata, del que te enteraste en 2017, cuando tenías 19 años y empezaste a trabajar y todas las madrugadas, a las 5:30 (cuando te levantabas cagada de frío para preparar esa café que otras bocas beberían) soñabas hacer lo mismo. Te compadezco a vos misma, es decir, a la persona que fui en mi pasado, por todas las cosas que te obligué a hacer, aun cuando no querías, por todo el odio con el que te arrastré por esa vida inexpresiva, inexpresada, inexpresable; y mientras escribo estas líneas son lágrimas de perdón y de autorreconocimiento las que brotan de mi cara. La muerte, en definitiva, te tiene que llegar solita, la muerte no puede ser autoinflingida. La escritura es así un método de ahuyentar la muerte, de exorcizar ese otro fantasma que se apoderó de mí y que es el fantasma de desear la muerte, ¿Qué puede ofrecerme esta realidad inhóspita que habito, en la que existen las cárceles, la tortura, el hambre, las guerras? La escritura como método de inmortalizarme, de hacer indeleble la huella de esta vida rara, de esta vida de drogas para apaciguar el dolor, de esta vida de no poder soportar el sol después de tomar una cantidad de ron que mi cuerpo de cincuenta y dos kilos ni siquiera podía imaginarse; la vida, de ahí en adelante, ni me voy a molestar en escribir mis malas intenciones ni voy a gastar tinta en llantos añejos. Porque quiero dejar un más allá después de mi desaparición como cuerpo y mente. Porque quiero exceder el tiempo de mi vida y aun eso es un sueño ridículo: ¿A quién le va a importar lo que va a quedar de mí en forma de texto? ¿Por qué este empeño en que los historiadores del futuro descubran mis cuadernos y los usen para analizar un período de la historia humana, un período tan horrible que me volcó idear todo esto que dije, la muerte, pero también, tan cargado de posibilidades, tan innimaginado, tan pleno, tan repleto de las señales del cambio y de las transformaciones posibles…?
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