martes, 23 de junio de 2020

La realidad dosificada: Tegan and Sid

 I. Cabe pensar qué mecanismos íntimos aplica un artista para resignificar una realidad que le es externa pero de la que no puede pensarse separado, y como de ello termina resultando un producto regurgitado en el que la realidad vuelve a exteriorizarse, pero ahora con un componente de subjetividad adherido. La palabra regurgitar puede sonar cruda (a paloma lubricando a sus pichones con una pasta casera de lombrices, quizás) pero creo que no molestaría a Rodam Pitrani, el autor de una serie de ilustraciones personalísimas que titula Tegan&Sid. Allí todo tiene que ver con un proceso de devolución al mundo de un algo que ha sido incorporado, en muchos casos forzosamente. Como bien nos han enseñado doscientos años ya de sociología, las realidad social es un algo ominoso y prepotente que se abalanza sobre uno como un luchador de sumo sobre un faquir desgarbado. Por suerte contamos hoy, que ya no tenemos porqué respetar a quien nos insta a perpetuar un modo de vida que no es el que queremos para la nuestra, con los medios necesarios para expresarnos de la manera que más nos urgen las ganas. Esto que yo mismo hago ahora, eso que hacen los periodistas twitteros, eso que todos los músicos y pintores y, como no, eso que Martín al bocetar sus psicodélicos personajes, se relaciona con una instancia voluntariosa de regurgitar todo eso que a palazos vamos viviendo día a día para agregar a la realidad dosis pequeñas de nuestra interioridad en expansión. Y en Tegan&Sid la concepción de la dosis adquiere nuevos matices: primero, porque pareciera que su mismísimo origen se hallara en la retransformación artística de los efectos de ciertos dosajes, que se relacionan con la experimentación fructuosa de estados alterados de percepción y conciencia. A partir de ahí, todo lo demás. Un universo casi atroz que no es sino el nuestro, pero corriendo paralelos a la vera de un río que los separa, y que es el que dimana del manantial ambiguo de la razón humana. De un lado, conservándola, como ha de ser, diurna, oficinísticamente; del otro, Dionisios y cía y Tegan&Sid. Pero además, porque dosis de algo es lo que todos los personajes de la tira parecen estar buscando siempre, y nunca importa que sea de cualquier cosa no necesariamente estimulante, con tal de que tengan su dosis a mano: así, dosis de pepa, de melón, de keta, de teta (tal es el caso de un bebé, por ejemplo), de faso, de mate y, cuando no se sabe bien de qué cosa exactamente, basta hablar de la rola en cuestión, porque tampoco necesita ponerse rótulos para adquirir superpoderes. La dosis comporta un mecanismo peligroso que circula entre la adicción y la abstinencia; cuando uno halla el equilibrio ya no necesita estar muy al tanto de la incorporación periódica de la sustancia pertinente, porque la ha naturalizado como una función básica del cuerpo que funciona como funciona la ingesta del agua y el pestañeo, es decir, callada y secretamente. En este sentido, creo que el personaje más representativo de Tegan&Sid es aquel que, apropiándose de una máquina expendedora en la calle, coloca porritos en las pelotas que hay adentro y, cuando tiene ganas de fumarse uno, no tiene más que poner una moneda. Así, no sólo ha dosificado sus reservas de marihuana para adecuarlas a los ritmos que su cuerpo le exige: también ha hallado el método perfecto para no caer nunca en el pozo ciego de la escasez, porque con las monedas que ha ido introduciendo, siempre tendrá plata para adquirir nuevas dosis. Y así, para adelante.



II. Cuando uno piensa qué queda de la realidad que ha sido retransformada como resultado de este proceso (siempre en vías de hacerse, de rehacerse, de torcerse en ángulos retrospectivos y, como no, de ejercitarse en la disciplina no siempre infructífera del canibalismo) que encabalga Tegan&Sid, se está interrogando, a su vez, qué es lo que queda de la realidad en cualquier narrativa humana que se ha puesto la careta dignificante de eso que una larga tradición ha llamado arte. Pero preguntar aquello, a priori tan sencillo, tan a la mano, no pareciera comprometer esto, tan desbordante, tan anquilosado en las marchas y contramarchas de un debate que la humanidad, por sus congénitas falencias, nunca podrá clausurar. Los debates, por definición, son inclausurables. Cabe decir, un debate es aquello que genera conflictos que no se pueden resolver. Lo humano se mantiene así, en falso equilibrio combativo, por un lapso ya nada desdeñable. Y está bien, muy por el contrario de lo que opinan los ideólogos de la paz social y de la armonía interplanetaria en su concepción ingenua de un mundo feliz libre de conflictos. Por su parte, cunado Tegan&Sid se involucra en los debates de su época, nos facilita de ella su huella más perdurable. Como muchos de mis congéneres, Martín Parodi no desecha la historicidad de la realidad humana en pos de ficciones inocentes que sustentan la inmutabilidad de un repertorio de valores edulcorados. El amor, el bien, la justicia, la verdad han quedado obsoletos: no son más que pancartas autoritarias que ignoran la pluralidad de voces y sensibilidades que dimanan por sendas marginadas en el proyecto homogeneizante del absoluto universal. Y reconocerlo no significa ser un cínico, pero si estar al tanto de que la realidad va muchísimo más allá de ese jueguito de policías y ladrones que encarnarían las fuerzas supuestas del bien y el mal y con el que tanto nos han intoxicado la cabeza de pequeños, vía lecciones moralizantes protagonizadas por hormigas diligentes y cigarras perezosas. Cuando los protagonistas de Tegan&Sid practican, defienden y se funden en conductas marginadas por un amplio espectro de la sociedad, como el consumo de drogas, lo que hacen no es sino reconocer la sensibilidad diferenciada de estos sectores que no pueden identificarse con las concepciones institucionalizadas de un bien y un mal que, sin comprenderlos ni ampararlos, los castiga. Así las ilustraciones manejan un amplio espectro juvenil de disidencia, festejando la capacidad y la necesidad de sentir y expresar lo que uno verdaderamente siente, por más que sea ajeno a lo que manifiesta sentir la mayoría. Por ello la reivindicación constante de la figura del alien, quizás alegoría inconsciente de la alienación de los subalternos en el marco de una realidad social que los hostiliza, ejemplificada en el habla cotidiana por el sentirse un extraterrestre, el incomodísimo estar fuera de lugar. No es ocioso señalar hasta que punto la aparición del alien en los dibujos de Martín Parodi comporta una glorificación de lo subterráneo: aliens tranzados en un hondo beso homosexual, aliens dragqueens, aliens diestros en el plebeyo arte del tweerking, aliens agitando enconadas consignas arraigadas en el habla popular. Interpelar las categorías con que nos enseñaron a manejar las coordenadas de la realidad en términos de verdades absolutas e indeclinables podría ser la propuesta teórica que, en caso de que al autor le interesara plantear su obra en estos términos, encarnan los motivos artísticos de Tegan&Sid. Esa es la pauta, creo, a través de la que interviene y retransforma la realidad que halla en torno. Y si me tomo el atrevimiento de encajarle a Tegan&Sid filiaciones filosóficas en las que en ningún momento buscó inscribirse, es por dos razones: la primera, que me identifico muy fuerte con las propuestas de la tira, interpretadas bajo la luz de ésta mi lectura; la segunda, que el autor mismo coloca, episódicamente, indicios que me apuntan a corroborarla: "está bueno deconstruirse" dicen los protagonistas hechos una silueta amorfa que aparece, junto a la mentada figura del alien, para abrir y explorar nuevos horizontes en el campo de las posibilidades humanas.



III. Ahora, volviendo a la cuestión precedente, digresionalmente evadida, "qué queda de la realidad en la elaboración que de ella hace Tegan&Sid", se me ocurre trazar un paralelo que, salvando todas las distancias que puedan surgir, no parece del todo desacertado. En una serie como Beavis and Butthead hallo el núcleo primordial de los desplazamientos y selecciones operados en Tegan&Sid. No porque Tegan&Sid beba allí una influencia directa o flagrante, pero sí porque acaso hay un algo presente, una cierta forma de manipular las imágenes y de conducir los diálogos que fue posibilitada por la propuesta seca y visceral de Mike Judge. Ello no quita que, de todas formas, la aproximación temática de Tegan&Sid lo emparente más bien con Daria, tan cerca y tan lejos de Beavis and Butthead. De aquella parte un polo crítico de preocupaciones juveniles que rondan el nihilismo en que deviene un mundo sin sentido; de éstos, un manual posmoderno y porreta en donde se concibe un absurdo estilo de vida basado en la indolencia y en la miseria de una sociedad consumista. Pero las diferencias se consustancian, y en ningún momento Daria deja de ser un spin-off de Beavis and Butthead, es decir, dos caras de una moneda ajada, pesimista. En Tegan&Sid la obsesión primigenia (aquella a la que siempre se vuelve) es el faso, o algún sucedáneo más o menos eficaz; este sólo hecho pareciera ser suficiente para entablar diálogo con ese hijo tan esperable de un padre como MTV, que cabe decirlo, no llegó a darnos algo mejor que este parentaje doble, Beavis and Butthead/Daria. Y aún así, cuantas cosas hay en ambos que giran a partir de la droga, pero que empiezan a sustraerse de su dominio y van más allá: pareciera que sólo a partir de ella es posible la intelección certera de un mundo juvenil que se cae a pedazos. Pero forzar similitudes no siempre es fructífero, y hay varios encontronazos en el modo en que Mike Judge y Martín Parodi abordan el consumo: en el autor de Beavis and Butthead, pareciera haber una certeza de disolución social, un amago de mesianismo decadente; para el de Tegan&Sid, en cambio, el consumo abre un campo de posibilidades antes vedadas que permiten el disfrute, estando acompañado y estando solo, el poder relajarse. Uno fuma "para bajar un toque" o para olvidarse de todo y "bailar con gente bien puesta". El porro no conduce aquí a la idiotez exasperante de Beavis y Butthead (¿Quién no llegó a hartarse de sus risitas fuera de timing?). Ellos, a la manera de un Bouvard y un Pécuchet que hubieran nacido en 1985, con las herramientas nulas que adquirieron en el mundo burgués que los engendró, no atinan a dar una respuesta adecuada a los problemas e interrogantes que se les presentan y están condenados a la mediocridad. El espectador, entendiéndolo así, aún puede acongojarse por el futuro de estos medio hermanos, enclavados en la droga y en un eterno circuito de precariedad laboral; ellos, más afortunados, se ven libres de estas preocupaciones gracias al único favor que su imbecilidad les prodiga. Muy por el contrario, Tegan y Sid, también nacidos burgueses, son conscientes de esta azarosa coordenada vital, y actúan en consecuencia. La droga aparece, entonces, en un trasfondo que es quizás más optimista: una perspectiva desde la cual huir de ese mundo cargado de prejuicios que es el barrio norte porteño. Aquí nadie es idiota por causas "congénitas y ambientales" (como bien pudo demostrar Daria en relación a Beavis y Butthead en su primera aparición de 1993) y, si busca "idiotizarse" a través de la anestesia necesaria que proporcionan los alucinógenos, es por una cuestión de expansión personal. Ello no implica, claro, una idiotización, aunque ese pueda ser el término que más a la mano aparezca en el discurso de quien no comprende la necesidad de evadirse del mundo, sugerida (aunque no se si avalada) en la obra de Peter Sloterdijk. Por supuesto, aquí nadie niega que el consumo pueda tener efectos negativos, e incluso en una tira se nos presenta a "la encarnación de malflash", una representación gráfica de aquello que damos con llamar "un mal viaje". En otra, Sid se nos muestra ardorosamente sediento luego de fumarse un faso. La verdad es que, las más de las veces, el consumo aparece apuntado como el relevamiento del stress que nos acosa en nuestras vidas forzosamente apuradas y como el manantial de situaciones delirantes que dan lugar a una ampliación del universo artístico y creativo. A diferencia del estupor insensible en que caían Beavis and Butthead, aquí el faso refuerza las posibilidades de sentir cariño: mientras Tegan y Sid "esperan que les pegue la rola", Sid se adelanta y le acaricia el pelo a Tegan, en uno de esos actos absurdos pero plenos de significados inefables en los que incurrimos estando fumados (yo admito haber chupado al niñito Jesús del pesebre en una ocasión); también, en un momento en que Tegan manifiesta "la rola me hace sentir que estoy volando" Sid reacciona enternecedoramente; "te quiero una banda boludo", le dice. En definitiva, yo lo resumiría todo con otra frase, que aparece ligada a la imagen del cuerpo de un poni con el rostro del protagonista y bañado de luces que parecen las de una fiesta de electrónica. La frase en cuestión: "podés ser lo que quieras".



IV. Otro de los canales por lo que el mundo contemporáneo, nuestra contemporaneidad, aparece filtrada en la obra de Martín Parodi es el lenguaje. En Tengan&Sid hay una apropiación cálida y juguetona de cierta dialectización popular del español rioplatense de nuestra década. Ella se manifiesta no sólo en la elección particular de las palabras, que responden a un tramado contracultural que es el de las clases populares y el del circuito fumanchero, sino también en las distorsiones ortográficas que, en un realce humorístico, operan sobre las palabras más inocentes. Así, comprometiendo su dicción, se comprometen sus contextos y, comprometiendo sus contextos, sus significados posibles. No es lo mismo decir hornalla que decir hornashah. La apuesta por la distorsión ortográfica (que enuncia, a su manera, una distorsión fonética) es una apuesta por jugar con el idioma, por desencajarlo de sus lugares comunes y por renunciar a una formalidad innecesaria que va quedando obsoleta. Ahora, no estoy preconizando la explosión de la corrección necesaria a la hora de expresarnos con las palabras: sucede nada más que me resultan muy válidas estas vías de interpelar esas formas con las que naturalmente nos manejamos, moldeándolas y desmitificándolas. El lenguaje no es una cárcel de hielo clausurada en una supuesta inmutabilidad del idioma. La posibilidad de encauzarlo por nuevos rumbos es, por el contrario, la opción más osada y enriquecedora, en la medida en que permite nuevos medios a la expresión de las problemáticas humanas. Cuanta diferencia hace, allí, en ese lugar exacto, el significante hornashah, que es descubierto del fondo innominable de las faltas ortográficas, en vez del llano, predecible hornalla. No importa que el significado sea en ambos casos el mismo; hay de todas formas una diferencia que es fundante y que rota el significado total de la tira en que aparece. Acaso, con una hornalla común y corriente la muchacha no se hubiera prendido fuego el cabello. La elección de las palabras tiende siempre hacia la opción del descubrimiento: yo mismo amplié considerablemente mi vocabulario leyendo Tegan&Sid. Tanto como hay palabras de vetustas raíces en la historia de la lengua castellana, pero que aparecen desplazadas, recubriendo grietas recientes y aún en movimiento dentro del campo de la experiencia humana, hay palabras nuevas que recién insertan su ramita en el tronco del idioma. En Tegan&Sid cada término se inunda de un jugo denso que permite relacionarlo con un momento en el que están pasándonos cosas nuevas, y es necesario empezar a hablar de ellas con las palabras exactas. Claro que la palabra exacta nunca se halla, porque existe el consabido divorcio entre la palabra y la cosa a que ella refiere, y, por eso mismo, hallamos un movimiento continuo en el que estas nuevas palabras nunca llegan a embalsamar sus significados; de hecho, los significados también se mueven, y en muchos casos, se hallan en disputa. Aquí, de pronto, una llave, una sencilla y obvia llave de las de siempre, homologa su significado, en un procedimiento talmente inesperado, al de una tuca, flagrante neologismo de etimología inconcebible, una tuca, repito, una palabra que nos llega al Río de la Plata por caminos totalmente distorsionados. De la misma manera se empiezan a filtrar palabras que vienen de abajo, de los bajos fondos del idioma. Y se las asume no con los fines proselitistas de la literatura gauchesca, en donde la voz del gaucho cuando no era usada para adoctrinar, era usada para burlarse. Aquí, las palabras de los sectores populares se incorporan en la constitución de un dialecto que pretende ser igualitario sin imponer la igualdad. La amalgama lingüística parte de un resquebrajamiento de los prejuicios y los miedos, una vez juzgada su nulidad. Por eso, el redescubrimiento de la capacidad fonética de alterar el sentido de los lugares más comunes del lenguaje; hornashah por hornalla, y etcétera. Por supuesto, también por eso la frase enmarcada en el juego infantil del escondite, "pica para todos mis compis" aparece resignificada como "pica para todos mis ñeris". No es sólo el efecto cómico de encontrarse esa nueva posibilidad allí en el espacio común que todos recorrimos en nuestra infancia; es la constatación gozosa de que la lengua es flexible y permeable a las incorporaciones de los sectores populares. Y de la misma manera que esos dos aliens tranzados en un hondo beso homosexual, de los que ya hable sin mencionar que, además, uno lleva gorrita y ambos visten shortcitos deportivos, para nada ostentosos, más bien propios de la indumentaria barrial, aquel otro alien que esgrime una botella no proclama una consigna menos política cuando, aparentemente inocente, dice: "wacho estoy re escabio".

/Domingo 12 de marzo de 2017, 3:00 p.m.

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