martes, 23 de junio de 2020

La experiencia tropical o "el sexo son los trópicos"

"Ese amarillo no lo encontrás en Europa..."
He aquí el delirio o la flora y la fauna desencadenada de una tierra que se come todo y que prolifera con la facilidad voluptuosa y miracular de las cosas transpiradas. ¿No hay lugar más común que éste, a la hora de describir los trópicos? Miguel Ángel Asturias, guatemalteco, ha sabido escribir "los trópicos son el sexo de la tierra". El sexo de la tierra es la narrativa que muchos de los cronistas de indias, por la naturaleza misma de la naturaleza con la que tratan, han optado (no se trata de una elección consciente, claro) para dar sentido al caos frutal con que se topan; muchos de ellos, humanos llegados de los inviernos secos del mediterráneo, que por más que conozcan sus veranos tórridos jamás se habrán de adaptar a la permanencia impostergable de un clima salvaje, indócil-indisciplinable. Pero. No es necesario ser extranjero para dar lugar a una narrativa que enfatice las exuberancias de la tierra tropical: piénsese si no como es que los mejores capítulos de El siglo de las luces, la novela de Alejo Carpentier, cubano, transcurren en alta mar caribe: allí es donde la prosa nos prodiga con una vorágine de imágenes muy sensuales, como si de pronto, la narrativa contenida, suntuosa y prolijamente enfática se desbaratara intentado contener la maravilla multicolor de un panorama que no se deja apresar en la pobreza lineal de los renglones y las palabras. Vamos: que tampoco pareciera ser necesario haber nacido en los trópicos calientes para tener una noción, aunque sea vaga, de esa encarnación de los sentidos que nos arropa con la llegada del buen clima. Así, la encuentro expresada en una novela de nada más ni nada menos que un ruso, Iván Turgueniev, por más que, cabe decirlo, fuera más sensato asociarlo a la vida parisina, en cuyo confort se refugió de la rusticidad del zarismo. Pienso en aguas primaverales, por el hecho exacto de que el protagonista, que yo, lector cándido, esperaba y creía que iba a permanecer inmune a la tentación de aquella dominatrix condesa rusa, se deja tentar, nada más ni nada menos, ante el efecto enervante que le produce una cabalgata que con ella comparte en los primera días de la primavera, como bien indica el título de la novela, con los narcisos floreciendo y toda la parafernalia que ya nos sabemos en los meses del año en que Perséfone se evade de su cautiverio. Ahí lo tenemos, supongo. Pero también, en un porteño, Ricardo Güiraldes, ya un poco acostumbrado a los diversos matices del clima de su Buenas Aires natal, es cierto, pero que no deja de afectar un alelamiento poético y dionisíaco en aquellas treinta paginas delirantes y hermosas de su Xamaica en que le toca enunciar la estancia de la parejita adultera en la jocunda isla del título. Es en ese instante que la prosa, ya de por sí inclinada a un alto vuelo poético, se vuelca gustosa al puro lirismo exacerbado, ya lo creo, por la riqueza infatigable de un paisaje que prodiga riquezas y enfermedades por igual...un primo mío, vuelto de un viaje que a la manera del Che Guevara realizó por sudamerica, relataba sus impresiones amazónicas con una expresión parecida a ésta: "imagínense que allá podan una parcela de tierra; a los dos días la vegetación rebosa la altura de un hombre". Y otra: "acá como en la pared ves un caracol o una cucaracha, allá ves un lagarto o una iguana".

La realidad que nos pesa (escrito ante el reaccionarismo suscitado en los medios por la movilización popular del 8 de marzo de 2017).

Como se sabía que iba a pasar, como no podía pasar de otra manera y porque era obvio que las reacciones de que me voy a ocupar serían las de siempre, es decir, aquellas signadas por la incomprensión y por el filtro de prejuicios arraigados en el más quejumbroso y automático rechazo, procedo reelaborar los temas que también son los temas de siempre, pero que hoy surgen agravados ante el panorama de una configuración política que los hostiliza y los torna urgentes. Hablo del rechazo que teme o renuncia a aceptar una premisa básica: la que asume que la realidad de la que somos indiferenciadamente testigos y partícipes importa la complejidad de múltiples capas de significados, comportamientos y manifestaciones que no pueden ser separadas e interpretadas de forma arbitraria, dispersa y en última instancia, irresponsable. El espasmo digital que regurgitó, como respuesta esperable de las movilizaciones por el día de la mujer, un halo de opiniones diversas, ha dado pie a unas cuantas que reducen la realidad compleja a un esquema maniqueo en el que existen personas decentes y respetables y personas desaforadas y violentas, separados, sin solución de continuidad entre ambas, por la misma brecha indiscutible que separaría una noción abstracta del bien y mal, que, abstracta como es, no responde a las múltiples variables que involucra la realidad política, social y cultural en la que nos vemos inmersos. Simplificar fue cosa de siempre, e intentar dar respuestas a lo desconocido funciona, a priori, así, en todos nosotros, porque las narrativas que buscan darle un orden binario y polar al mundo son las más cómodas y al alcance de la mano; no obstante, sería interesante señalar cómo los medios digitales de los que hoy tanto se habla, esos, por ejemplo, como Twitter, del que en gran medida me voy a ocupar y que es una red social cuyo mecanismo es el aforismo. Twitter, que es la colección más grande de aforismos que haya dado la historia de la humanidad, puede, por eso mismo, definirse aforísticamente:
"385. Los vanidosos. Somos como escaparates de tiendas, en los que nos pasamos el tiempo colocando, escondiendo y poniendo de manifiesto las presuntas cualidades que nos atribuyen los demás... para engañarnos a nosotros mismos." (Nietzsche, Aurora, M. E. editores, 1994, p. 219.)
Por supuesto, la mecánica de Twitter no es exclusivamente el aforismo; en todo caso, porque el límite de 140 caracteres no lo fuerza de forma inequívoca: cabe decir que Twitter ha ampliado las posibilidades del aforismo, ha expandido el universo de lo posible en lo tocante al arte de manifestarse con agudeza y medios escasos. Aquí las posibilidades son mayores porque el soporte digital que implica cualquier red social permite algo que podríamos llamar, por llamarlo de alguna manera, aforismo + audiovisual. Una imagen puede expresar, al choque de la vista, todo lo que ha sido excluido por la frontera de los 140 consabidos caracteres. Una foto puede confirmar, refutar, matizar o contrastar la posición de un tweet que se tiene por ambiguo. Una selfie dar cuenta del contexto que encuadra e ilumina el significado de la opinión que la precede. Y así, un vídeo, un link, un gif o un emoji. Es necesario ser consciente de estos nuevos elementos que amplían, como ya lo dije, las posibilidades de la enunciación a la que Twitter da cabida. Pero a su vez, es necesario comprender hasta que punto toda estructura aforística cae, necesariamente, en la trampa de la generalización. Desarrollar un aforismo, es por un lado, matarlo: su gracia es el recinto de los 140 caracteres. Por el otro lado, es necesario: porque cuando hallamos un tweet que afirma lo siguiente [1]
sabemos que su autor está lejos de pensar plenamente lo que acaba de enunciar. El aforismo, remitiéndonos a su vez a la manera en que Nietszche suele emplearlo, puede servir de encabezado. Cumplida su función, cabe llenarlo de contenido. Primero, la identidad entre feminismo y secta de lesbianas comunistas conlleva una definición que, tajante como parece, resulta obsoleta analizada con calma. Los conceptos asumen una carga semántica que corresponde a una situación que es histórica, cultural y socialmente situada. No hay sentidos posibles fuera del marco del espacio y el tiempo, que, desde mi perspectiva, que bebe de la de Kant, funciona como campo de inteligibilidad de los fenómenos. Ello quiere decir que, cuando se manejan términos, que para colmo se hallan en el centro de enconadas disputas de carácter político y social, como representación, lesbianacomunista, y mujer (pero peor, porque el autor aplica su variante autoritaria que es MUJER con mayúsculas) estos términos rebasan el uso que se les ha querido otorgar, porque el aforismo no permite desarrollarlos, otorgarles un sentido concreto. Pero, además, uno no puede aseverar la asimilación total entre el tweet y el conjunto de ideas que efectivamente maneja quien lo escribió por el hecho de que se halla situado en un contexto, que es el de Twitter y que funciona, como logró explicarlo Nietzsche en un acto de pasmosa prospectiva, en la modalidad del escaparate. Escaparate que no escapa del ansia de actualidad, y que no sabe remitir a hechos que no sean contemporáneos: Twitter es una plataforma en la que nos enchastramos de una corriente de acontecimientos presentes. Pero ese presente es un presente inmediato: basta scrollear un poco para empezar a exhumar tweets que refieren a eventos (la emisión en directo de una ceremonia de premios o de una serie, un concierto o un atentado, o la publicación de cierta noticia, o la encarcelación de un funcionario) de los que ya nadie (salvo una minoría que asume con ellos un compromiso activo y concreto)  habla o se acuerda. Es decir, que nadie va a Twitter a informarse del pasado, pero si de las reacciones múltiples que suscita el presente en acción. De allí a que todo lo que en él se expresa sea voluble, frágil y susceptible a las tendencias del momento. Escaparate, a su vez, que asume una función muy bien descrita por Nietzsche en el párrafo citado, aunque cabría hace una corrección: no se trata sólo de un proceso en el que nos engañamos a nosotros mismos, asumiendo lo que los demás sospechan o creen de nosotros. De hecho, es más bien al revés: una tentativa de engañar a los otros, asumiendo los rasgos de aquello que queremos aparentar de nosotros. Que tan fácil es, pues, twittear que uno se identifica con las causas del feminismo y que difícil, claro, ser consecuente en todos los ámbitos de la vida con tales postulados. He aquí sentados las precauciones con las que me propongo a diseccionar algunos tweets que una figura como Agustín Laje, cuya trayectoria lo ha posicionado, hoy en día, como triste paladín en contra de las reivindicaciones hechas en nombre del feminismo y de todas las corrientes en pos de la igualdad de género. Oposición ideológica que, en mi entender, se basa en la incomprensión del hecho que he referido como fundante a la hora de reflexionar sobre la realidad que tanto nos pesa y que no es sino el reconocimiento de su complejidad multidimensional. [2]
Agustín Laje se ha constituido vocero de un contingente social que, como una especia de mayoría silencia de nuestra década, demuestra una absoluta indiferencia a la cuestión social y a las problemáticas de género. Sospecho que esa indiferencia decanta en miedo y turbación cuando el sector minoritario que apoya activamente las reivindicaciones de sus colectivos políticos se radicaliza por motivos coyunturales. La pregunta que interroga el porqué de la radicalización de las militancias es pertinente, pero yo aun no dispongo de los medios para acertar a responderla sin reparos. Basta considerar que el período que ha comenzado, difusamente, hace ya unos años en Latinoamérica es favorable a este proceso de radicalización y que, cuando encarna en la Argentina resguardado por la administración macrista, no hace sino exacerbar las tensiones y los conflictos existentes entre los distintos grupos. La disputa se expande a instancias de la cotidianidad a las que antes era ajena y se hace presente en todas las situaciones que importan una toma de partido. Además, los discursos de los diversos actores se trasvasan, se amalgaman o se empiezan a polarizar. Hoy, por ejemplo, ya no cabe pensar una militancia en favor de los derechos y los reclamos del colectivo LGBTQ que no ampare y se solidarice y comprometa con las problemáticas y los reclamos propios de los sectores populares. Se trata, creo yo, de un contexto que facilita fracturas y alianzas, y que enciende trayectorias que comprometen superficies cada vez más profundas en el proceso de radicalización de los actores políticos. Y en un contexto así no hay dudas de que, cuando el gobierno y la policía actúan de forma violenta y arbitraria no hacen sino facilitar, dar fundamento y razones para cincelar y reafirmar la conciencia política de quienes sufren sus atropellos. Sabido es que, ayer 8 de marzo,  por la noche, fueron detenidas chicas que quizás participaron de actos que los medios han reprochado como gratuito, innecesario vandalismo. 


Yo menos que nadie soy capaz de discriminar si quienes fueron apresadas fueron o no, en efecto, quienes realizaron un connato de incendio frente al enrejado de la catedral o pintaron el cabildo con las consignas de su activismo. Pero va más allá de eso. Porque el vandalismo no sólo fue una excusa blanda que evidencia motivos ulteriores en un accionar desprolijo y desproporcionado con respecto las causas que lo motivaron; fue, además, la consigna que esgrimieron voceros de derecha para sectorializar la marcha en dos instancias bien diferenciadas. Así procedió, como no, este comunicador de nuevas y no tan nuevas tendencias que, pretendiendo un sonriente libertarismo igualitario no hacen más que configurar la grilla ideológica de los sectores de una derecha retrógrada, autoritaria y protofascista. [3]
 Para Agustín Laje hubo dos movilizaciones por el 8 de marzo. La primera, civilizada, pacífica, encarnada en un feminismo sano y medido que pareciera no tener nada que ver con lo que denuncia como su contracara radical y violenta y a la que llama hembrismo. La segunda, la marcha del vandalismo, las fogatas y las consignas de alto voltaje (muerte al macho, mi predilecta en la medida en que pone los pelos de punta a todos los idiotas que la interpretan mal). Pero el hembrismo de Agustín Laje, y ese otro término tan presente en su repertorio de etiquetas despectivas reservados para el twitteo, el contradictorio feminazismo, no son más que una ficción ideológica. De ella se vale para fragmentar la marcha de ayer, fragmentación que, por lo que dije, pareciera muy natural en un momento que, como sugerí, se halla propenso a la división entre minorías radicalizadas y mayorías que parecieran quedar relegadas en las evoluciones de las luchas políticas. Pero Laje impone su caracterización feminismo-tranquilo-positivo-respetuoso/hembrismo-alborotado-pérfido-descarado siendo un extranjero en estas luchas, y no extranjero por el hecho simple de ser varón, pero sí por juzgarlas desde un punto de vista que no reconoce la urgencia de los reclamos y la carga histórica que ellas implican, lo que equivale a decir, ser un varón que no se ha cuestionado lo que significa ser varón en una sociedad que dicta pautas estrictas y limitadas para el comportamiento de sus miembros de acuerdo a una división azarosa que pretende basarse en la biología pero que, en realidad, reconoce un largo trasfondo de significados culturales, es decir, construidos por el ser humano a lo largo de un proceso que lleva ya más de siete mil años; lo que en definitiva equivale a decir, ser un varón sin conciencia de género. Y esta extrapolación de categorías que circulan por fuera de los movimientos feministas, como la que los divide entre un feminismo razonable, "con el que se puede debatir y dialogar" y un feminismo "hembrista", cuya mayor aspiración política pareciera ser la instauración de un régimen dictatorial sustentado en la castración y la feminización vía sexo anal del género masculino (perspectiva que, por otro lado, tampoco es mucho peor que la que atestiguamos cotidianamente); esta extrapolación no ampara las propias disensiones que existen en la pluralidad de los movimientos feministas ni sirve para dar cuenta de qué es lo que realmente proponen y buscan sus integrantes. Los diseca desde afuera y no les permite expresarse en sus propios términos de forma tal que uno jamás podría forjarse una idea verosímil de lo que en verdad es el feminismo, distorsionado por categorías que le son ajenas.

Para peor, Agustín Laje defiende un discurso según el cual los medios masivos de comunicación facilitan y se hallan a favor del feminismo y de las corrientes que defienden la teoría de género; ¿Cómo si no, si su transmisión y mediatización de estos fenómenos es constante y abarca prácticamente todos sus posibilidades y esfuerzos, como se ve a la hora de reportar el tetazo, las marchas del colectivo Ni una menos o, en el caso que nos preocupa, la marcha del 8 de marzo, que degeneró en violencia y vandalismo "hembrista"? Aquí uno se para a pensar si es que acaso Laje no es capaz de ver más allá por ingenuidad, malicia o, simplemente, como consecuencia de aquello que Charly canta en una de sus más bellas canciones cuando dice que
"este mundo te dirá que siempre es mejor mirar a la pared".
Canal 13 y sus afiliados en ningún momento tienen intención de festejar estos eventos de concientización política, salvando las instancias payasescas en las que se viste de progre y se halla a favor (pero segmentándolas con la misma lógica binaria que aplica Laje para distinguir el feminismo del hembrismo) de "esas concentraciones pacíficas que se congregan a pedir la igualdad de género". En el resto de los casos, es ridículo pensar que los medios hegemónicos las transmiten porque los festejan, cuando en realidad no hacen sino alarmar a la población que, desde la cómoda indiferencia, nada quiere saber con estas ideas. La atención mayoritaria, el día de ayer, fue necesariamente la que expresaba una mayoría de periodistas preocupada e indignada por "esos desbandes lamentables con los que unas diez o veinte locas arruinaron el clima de paz y comunión de la jornada".

Es necesario ser crítico. Un análisis del discurso de los periodistas que cubren estas manifestaciones y un análisis del discurso audiovisual con el que complementan sus reportajes (que puede interrogar aspectos como, por ejemplo, qué recortes, qué enfoques, qué panorámicas, qué pancartas, qué cuerpos y  qué situaciones concretas deciden mostrar) es capaz de demostrar hasta que punto los medios de comunicación en los que Agustín piensa no se hallan a favor del feminismo, en la medida en que no pueden hallarse a favor de un movimiento que milita una praxis de transformación social. 

Por esa misma razón, los medios de comunicación que destinan a la población estas "noticias" y "reportajes" (aunque no hemos de pensar, claro que no, que sean asumidos e incorporados acríticamente, como si nosotros no tuviéramos ya un bagaje de contenidos ideológicos con el que compararlos y clasificarlos) no se hallan dispuestos a transmitir con la misma solvencia y "ausencia de reparos" el verdadero discurso que los actores de estos movimientos tienen para contar a la sociedad. Y cuando ello sucede, son al instante mediatizados o banalizados: las palabras del feminismo son ridiculizadas por un grupo de panelistas que apelan a la lógica del sentido común, o son puestas en debate con posiciones contrarias en un programa en el que todas las pausas, las escansiones del diálogo y los recortes de las cámaras serán controlados por quienes velan que nada escape de los canales vigilados por la ideología dominante, que bajo ningún término puede ser la que pugna por la igualdad género, en una sociedad en la que les úniques transexuales respetables son, en efecto, aquelles (y ésto no es una crítica a sus trayectorias individuales sino a los circuitos que las enfocan como las únicas legítimas) que entran en contacto con el mundo legañoso del espectáculo y se incorporan al circuito del show televisivo. Así, existe un amplio espectro de personas trans que, por el contrario, laburan en la calle y viven una realidad marginal signada por la discriminación y la incomprensión de amplias capas de la sociedad pero, de elles, estos medios no hablan; sus vidas, estos medios no las cubren; sus miedos y sus experiencias, a estos periodistas no les interesan; sus proyectos, sus aspiraciones y sus reclamos, quedan sepultos en la marea de ignorancia que las afirmaciones bruscas y maniqueas de un Agustín Laje irresponsablemente fomentan.

De la misma manera, cuando nos enfrentamos con el vandalismo "que ha arruinado todos las virtudes de una marcha que fue emprendida en favor de la igualdad y del respeto" hemos de comprender que, acaso, quienes se manifestaron por estas vías ilegales e "indecorosas" no hallan otros canales (pues nadie se halla dispuesto a difundir su voz por esos grandes medios que Laje, operando con una lógica desmañada, supone que ellas controlan) por los que comunicar, expresar y dar a conocer las ideas y las propuestas de esas comunidades políticas que, no por radicalizadas y minoritarias, son menos legítimas.



Notas y catastro de tweets citados (en caso de que en algún momento desaparezcan, los archivo aquí abajo.)

*Cabe pensar cual es el origen del término "hembrismo" y por qué circuitos ha transitado desde entonces.

[1]"El feminismo está mucho más cerca de representar a una secta de lesbianas comunistas antes que a la MUJER con mayúsculas.#TipicoDeFeminazi—Nicolás Márquez (@NickyMarquez1) 9 de marzo de 2017."
[2]"De nuevo el discurso de la alienación. Si no sos hembrista, entonces pensás mal. Mentalidad totalitaria si la hay. #TipicoDeFeminazi https://t.co/tHlsJEjCLP— Agustín Laje (@AgustinLaje) 9 de marzo de 2017"
[3]"¿El Día de la Mujer también incluía reventar el Cabildo?NO #LiberenALasPibas pic.twitter.com/8ymDgtKuh4— Agustín Laje (@AgustinLaje) 9 de marzo de 2017."

La realidad dosificada: Tegan and Sid

 I. Cabe pensar qué mecanismos íntimos aplica un artista para resignificar una realidad que le es externa pero de la que no puede pensarse separado, y como de ello termina resultando un producto regurgitado en el que la realidad vuelve a exteriorizarse, pero ahora con un componente de subjetividad adherido. La palabra regurgitar puede sonar cruda (a paloma lubricando a sus pichones con una pasta casera de lombrices, quizás) pero creo que no molestaría a Rodam Pitrani, el autor de una serie de ilustraciones personalísimas que titula Tegan&Sid. Allí todo tiene que ver con un proceso de devolución al mundo de un algo que ha sido incorporado, en muchos casos forzosamente. Como bien nos han enseñado doscientos años ya de sociología, las realidad social es un algo ominoso y prepotente que se abalanza sobre uno como un luchador de sumo sobre un faquir desgarbado. Por suerte contamos hoy, que ya no tenemos porqué respetar a quien nos insta a perpetuar un modo de vida que no es el que queremos para la nuestra, con los medios necesarios para expresarnos de la manera que más nos urgen las ganas. Esto que yo mismo hago ahora, eso que hacen los periodistas twitteros, eso que todos los músicos y pintores y, como no, eso que Martín al bocetar sus psicodélicos personajes, se relaciona con una instancia voluntariosa de regurgitar todo eso que a palazos vamos viviendo día a día para agregar a la realidad dosis pequeñas de nuestra interioridad en expansión. Y en Tegan&Sid la concepción de la dosis adquiere nuevos matices: primero, porque pareciera que su mismísimo origen se hallara en la retransformación artística de los efectos de ciertos dosajes, que se relacionan con la experimentación fructuosa de estados alterados de percepción y conciencia. A partir de ahí, todo lo demás. Un universo casi atroz que no es sino el nuestro, pero corriendo paralelos a la vera de un río que los separa, y que es el que dimana del manantial ambiguo de la razón humana. De un lado, conservándola, como ha de ser, diurna, oficinísticamente; del otro, Dionisios y cía y Tegan&Sid. Pero además, porque dosis de algo es lo que todos los personajes de la tira parecen estar buscando siempre, y nunca importa que sea de cualquier cosa no necesariamente estimulante, con tal de que tengan su dosis a mano: así, dosis de pepa, de melón, de keta, de teta (tal es el caso de un bebé, por ejemplo), de faso, de mate y, cuando no se sabe bien de qué cosa exactamente, basta hablar de la rola en cuestión, porque tampoco necesita ponerse rótulos para adquirir superpoderes. La dosis comporta un mecanismo peligroso que circula entre la adicción y la abstinencia; cuando uno halla el equilibrio ya no necesita estar muy al tanto de la incorporación periódica de la sustancia pertinente, porque la ha naturalizado como una función básica del cuerpo que funciona como funciona la ingesta del agua y el pestañeo, es decir, callada y secretamente. En este sentido, creo que el personaje más representativo de Tegan&Sid es aquel que, apropiándose de una máquina expendedora en la calle, coloca porritos en las pelotas que hay adentro y, cuando tiene ganas de fumarse uno, no tiene más que poner una moneda. Así, no sólo ha dosificado sus reservas de marihuana para adecuarlas a los ritmos que su cuerpo le exige: también ha hallado el método perfecto para no caer nunca en el pozo ciego de la escasez, porque con las monedas que ha ido introduciendo, siempre tendrá plata para adquirir nuevas dosis. Y así, para adelante.



II. Cuando uno piensa qué queda de la realidad que ha sido retransformada como resultado de este proceso (siempre en vías de hacerse, de rehacerse, de torcerse en ángulos retrospectivos y, como no, de ejercitarse en la disciplina no siempre infructífera del canibalismo) que encabalga Tegan&Sid, se está interrogando, a su vez, qué es lo que queda de la realidad en cualquier narrativa humana que se ha puesto la careta dignificante de eso que una larga tradición ha llamado arte. Pero preguntar aquello, a priori tan sencillo, tan a la mano, no pareciera comprometer esto, tan desbordante, tan anquilosado en las marchas y contramarchas de un debate que la humanidad, por sus congénitas falencias, nunca podrá clausurar. Los debates, por definición, son inclausurables. Cabe decir, un debate es aquello que genera conflictos que no se pueden resolver. Lo humano se mantiene así, en falso equilibrio combativo, por un lapso ya nada desdeñable. Y está bien, muy por el contrario de lo que opinan los ideólogos de la paz social y de la armonía interplanetaria en su concepción ingenua de un mundo feliz libre de conflictos. Por su parte, cunado Tegan&Sid se involucra en los debates de su época, nos facilita de ella su huella más perdurable. Como muchos de mis congéneres, Martín Parodi no desecha la historicidad de la realidad humana en pos de ficciones inocentes que sustentan la inmutabilidad de un repertorio de valores edulcorados. El amor, el bien, la justicia, la verdad han quedado obsoletos: no son más que pancartas autoritarias que ignoran la pluralidad de voces y sensibilidades que dimanan por sendas marginadas en el proyecto homogeneizante del absoluto universal. Y reconocerlo no significa ser un cínico, pero si estar al tanto de que la realidad va muchísimo más allá de ese jueguito de policías y ladrones que encarnarían las fuerzas supuestas del bien y el mal y con el que tanto nos han intoxicado la cabeza de pequeños, vía lecciones moralizantes protagonizadas por hormigas diligentes y cigarras perezosas. Cuando los protagonistas de Tegan&Sid practican, defienden y se funden en conductas marginadas por un amplio espectro de la sociedad, como el consumo de drogas, lo que hacen no es sino reconocer la sensibilidad diferenciada de estos sectores que no pueden identificarse con las concepciones institucionalizadas de un bien y un mal que, sin comprenderlos ni ampararlos, los castiga. Así las ilustraciones manejan un amplio espectro juvenil de disidencia, festejando la capacidad y la necesidad de sentir y expresar lo que uno verdaderamente siente, por más que sea ajeno a lo que manifiesta sentir la mayoría. Por ello la reivindicación constante de la figura del alien, quizás alegoría inconsciente de la alienación de los subalternos en el marco de una realidad social que los hostiliza, ejemplificada en el habla cotidiana por el sentirse un extraterrestre, el incomodísimo estar fuera de lugar. No es ocioso señalar hasta que punto la aparición del alien en los dibujos de Martín Parodi comporta una glorificación de lo subterráneo: aliens tranzados en un hondo beso homosexual, aliens dragqueens, aliens diestros en el plebeyo arte del tweerking, aliens agitando enconadas consignas arraigadas en el habla popular. Interpelar las categorías con que nos enseñaron a manejar las coordenadas de la realidad en términos de verdades absolutas e indeclinables podría ser la propuesta teórica que, en caso de que al autor le interesara plantear su obra en estos términos, encarnan los motivos artísticos de Tegan&Sid. Esa es la pauta, creo, a través de la que interviene y retransforma la realidad que halla en torno. Y si me tomo el atrevimiento de encajarle a Tegan&Sid filiaciones filosóficas en las que en ningún momento buscó inscribirse, es por dos razones: la primera, que me identifico muy fuerte con las propuestas de la tira, interpretadas bajo la luz de ésta mi lectura; la segunda, que el autor mismo coloca, episódicamente, indicios que me apuntan a corroborarla: "está bueno deconstruirse" dicen los protagonistas hechos una silueta amorfa que aparece, junto a la mentada figura del alien, para abrir y explorar nuevos horizontes en el campo de las posibilidades humanas.



III. Ahora, volviendo a la cuestión precedente, digresionalmente evadida, "qué queda de la realidad en la elaboración que de ella hace Tegan&Sid", se me ocurre trazar un paralelo que, salvando todas las distancias que puedan surgir, no parece del todo desacertado. En una serie como Beavis and Butthead hallo el núcleo primordial de los desplazamientos y selecciones operados en Tegan&Sid. No porque Tegan&Sid beba allí una influencia directa o flagrante, pero sí porque acaso hay un algo presente, una cierta forma de manipular las imágenes y de conducir los diálogos que fue posibilitada por la propuesta seca y visceral de Mike Judge. Ello no quita que, de todas formas, la aproximación temática de Tegan&Sid lo emparente más bien con Daria, tan cerca y tan lejos de Beavis and Butthead. De aquella parte un polo crítico de preocupaciones juveniles que rondan el nihilismo en que deviene un mundo sin sentido; de éstos, un manual posmoderno y porreta en donde se concibe un absurdo estilo de vida basado en la indolencia y en la miseria de una sociedad consumista. Pero las diferencias se consustancian, y en ningún momento Daria deja de ser un spin-off de Beavis and Butthead, es decir, dos caras de una moneda ajada, pesimista. En Tegan&Sid la obsesión primigenia (aquella a la que siempre se vuelve) es el faso, o algún sucedáneo más o menos eficaz; este sólo hecho pareciera ser suficiente para entablar diálogo con ese hijo tan esperable de un padre como MTV, que cabe decirlo, no llegó a darnos algo mejor que este parentaje doble, Beavis and Butthead/Daria. Y aún así, cuantas cosas hay en ambos que giran a partir de la droga, pero que empiezan a sustraerse de su dominio y van más allá: pareciera que sólo a partir de ella es posible la intelección certera de un mundo juvenil que se cae a pedazos. Pero forzar similitudes no siempre es fructífero, y hay varios encontronazos en el modo en que Mike Judge y Martín Parodi abordan el consumo: en el autor de Beavis and Butthead, pareciera haber una certeza de disolución social, un amago de mesianismo decadente; para el de Tegan&Sid, en cambio, el consumo abre un campo de posibilidades antes vedadas que permiten el disfrute, estando acompañado y estando solo, el poder relajarse. Uno fuma "para bajar un toque" o para olvidarse de todo y "bailar con gente bien puesta". El porro no conduce aquí a la idiotez exasperante de Beavis y Butthead (¿Quién no llegó a hartarse de sus risitas fuera de timing?). Ellos, a la manera de un Bouvard y un Pécuchet que hubieran nacido en 1985, con las herramientas nulas que adquirieron en el mundo burgués que los engendró, no atinan a dar una respuesta adecuada a los problemas e interrogantes que se les presentan y están condenados a la mediocridad. El espectador, entendiéndolo así, aún puede acongojarse por el futuro de estos medio hermanos, enclavados en la droga y en un eterno circuito de precariedad laboral; ellos, más afortunados, se ven libres de estas preocupaciones gracias al único favor que su imbecilidad les prodiga. Muy por el contrario, Tegan y Sid, también nacidos burgueses, son conscientes de esta azarosa coordenada vital, y actúan en consecuencia. La droga aparece, entonces, en un trasfondo que es quizás más optimista: una perspectiva desde la cual huir de ese mundo cargado de prejuicios que es el barrio norte porteño. Aquí nadie es idiota por causas "congénitas y ambientales" (como bien pudo demostrar Daria en relación a Beavis y Butthead en su primera aparición de 1993) y, si busca "idiotizarse" a través de la anestesia necesaria que proporcionan los alucinógenos, es por una cuestión de expansión personal. Ello no implica, claro, una idiotización, aunque ese pueda ser el término que más a la mano aparezca en el discurso de quien no comprende la necesidad de evadirse del mundo, sugerida (aunque no se si avalada) en la obra de Peter Sloterdijk. Por supuesto, aquí nadie niega que el consumo pueda tener efectos negativos, e incluso en una tira se nos presenta a "la encarnación de malflash", una representación gráfica de aquello que damos con llamar "un mal viaje". En otra, Sid se nos muestra ardorosamente sediento luego de fumarse un faso. La verdad es que, las más de las veces, el consumo aparece apuntado como el relevamiento del stress que nos acosa en nuestras vidas forzosamente apuradas y como el manantial de situaciones delirantes que dan lugar a una ampliación del universo artístico y creativo. A diferencia del estupor insensible en que caían Beavis and Butthead, aquí el faso refuerza las posibilidades de sentir cariño: mientras Tegan y Sid "esperan que les pegue la rola", Sid se adelanta y le acaricia el pelo a Tegan, en uno de esos actos absurdos pero plenos de significados inefables en los que incurrimos estando fumados (yo admito haber chupado al niñito Jesús del pesebre en una ocasión); también, en un momento en que Tegan manifiesta "la rola me hace sentir que estoy volando" Sid reacciona enternecedoramente; "te quiero una banda boludo", le dice. En definitiva, yo lo resumiría todo con otra frase, que aparece ligada a la imagen del cuerpo de un poni con el rostro del protagonista y bañado de luces que parecen las de una fiesta de electrónica. La frase en cuestión: "podés ser lo que quieras".



IV. Otro de los canales por lo que el mundo contemporáneo, nuestra contemporaneidad, aparece filtrada en la obra de Martín Parodi es el lenguaje. En Tengan&Sid hay una apropiación cálida y juguetona de cierta dialectización popular del español rioplatense de nuestra década. Ella se manifiesta no sólo en la elección particular de las palabras, que responden a un tramado contracultural que es el de las clases populares y el del circuito fumanchero, sino también en las distorsiones ortográficas que, en un realce humorístico, operan sobre las palabras más inocentes. Así, comprometiendo su dicción, se comprometen sus contextos y, comprometiendo sus contextos, sus significados posibles. No es lo mismo decir hornalla que decir hornashah. La apuesta por la distorsión ortográfica (que enuncia, a su manera, una distorsión fonética) es una apuesta por jugar con el idioma, por desencajarlo de sus lugares comunes y por renunciar a una formalidad innecesaria que va quedando obsoleta. Ahora, no estoy preconizando la explosión de la corrección necesaria a la hora de expresarnos con las palabras: sucede nada más que me resultan muy válidas estas vías de interpelar esas formas con las que naturalmente nos manejamos, moldeándolas y desmitificándolas. El lenguaje no es una cárcel de hielo clausurada en una supuesta inmutabilidad del idioma. La posibilidad de encauzarlo por nuevos rumbos es, por el contrario, la opción más osada y enriquecedora, en la medida en que permite nuevos medios a la expresión de las problemáticas humanas. Cuanta diferencia hace, allí, en ese lugar exacto, el significante hornashah, que es descubierto del fondo innominable de las faltas ortográficas, en vez del llano, predecible hornalla. No importa que el significado sea en ambos casos el mismo; hay de todas formas una diferencia que es fundante y que rota el significado total de la tira en que aparece. Acaso, con una hornalla común y corriente la muchacha no se hubiera prendido fuego el cabello. La elección de las palabras tiende siempre hacia la opción del descubrimiento: yo mismo amplié considerablemente mi vocabulario leyendo Tegan&Sid. Tanto como hay palabras de vetustas raíces en la historia de la lengua castellana, pero que aparecen desplazadas, recubriendo grietas recientes y aún en movimiento dentro del campo de la experiencia humana, hay palabras nuevas que recién insertan su ramita en el tronco del idioma. En Tegan&Sid cada término se inunda de un jugo denso que permite relacionarlo con un momento en el que están pasándonos cosas nuevas, y es necesario empezar a hablar de ellas con las palabras exactas. Claro que la palabra exacta nunca se halla, porque existe el consabido divorcio entre la palabra y la cosa a que ella refiere, y, por eso mismo, hallamos un movimiento continuo en el que estas nuevas palabras nunca llegan a embalsamar sus significados; de hecho, los significados también se mueven, y en muchos casos, se hallan en disputa. Aquí, de pronto, una llave, una sencilla y obvia llave de las de siempre, homologa su significado, en un procedimiento talmente inesperado, al de una tuca, flagrante neologismo de etimología inconcebible, una tuca, repito, una palabra que nos llega al Río de la Plata por caminos totalmente distorsionados. De la misma manera se empiezan a filtrar palabras que vienen de abajo, de los bajos fondos del idioma. Y se las asume no con los fines proselitistas de la literatura gauchesca, en donde la voz del gaucho cuando no era usada para adoctrinar, era usada para burlarse. Aquí, las palabras de los sectores populares se incorporan en la constitución de un dialecto que pretende ser igualitario sin imponer la igualdad. La amalgama lingüística parte de un resquebrajamiento de los prejuicios y los miedos, una vez juzgada su nulidad. Por eso, el redescubrimiento de la capacidad fonética de alterar el sentido de los lugares más comunes del lenguaje; hornashah por hornalla, y etcétera. Por supuesto, también por eso la frase enmarcada en el juego infantil del escondite, "pica para todos mis compis" aparece resignificada como "pica para todos mis ñeris". No es sólo el efecto cómico de encontrarse esa nueva posibilidad allí en el espacio común que todos recorrimos en nuestra infancia; es la constatación gozosa de que la lengua es flexible y permeable a las incorporaciones de los sectores populares. Y de la misma manera que esos dos aliens tranzados en un hondo beso homosexual, de los que ya hable sin mencionar que, además, uno lleva gorrita y ambos visten shortcitos deportivos, para nada ostentosos, más bien propios de la indumentaria barrial, aquel otro alien que esgrime una botella no proclama una consigna menos política cuando, aparentemente inocente, dice: "wacho estoy re escabio".

/Domingo 12 de marzo de 2017, 3:00 p.m.

Análisis de una canción de Serú Girán

Apuntes sobre músicas contemporáneas.

Una canción de Serú Girán (Separata, Serú Girán, 1978.)

"Algo raro me estaba pasando en el hotel

estaba solo."
Apertura, necesidad primera de enunciación o colocación en palabras de una ruptura con una realidad aparente y firme que de pronto se redescubre corrida. El corrimiento puede venir de dos lados: lo que se percibe puede estar fuera de lugar en un conjunto dado, o uno mismo puede hallarse descolocado en el marco de un espacio que se constituye ajeno. Cabe pensar, claro, que el extrañamiento surja por ambos lados, coordinada o espontáneamente. Así sucedería, creo yo, en este dramático interludio líricomusical del primer álbum de Serú Girán, su pieza más breve, descontando el instrumental de David Lebón que hace las veces de outro (y que apenas es dos segundos más corto).

Serú Girán, 1978.
Por eso se comienza por enunciar la adquisición de un saber, que es un saber impreciso pero patente, un algo raro que aún resulta difícil explicar al mundo, pues requisito indispensable sería, acaso, primero poder explicárselo a uno mismo, definir o encuadra la vivencia de lo nuevo. Pero llega un punto en que esta misma tarea de autoreconocimiento resulta ardua. Ello da pie al extrañamiento que ya ha empezado a perfilarse: "estaba solo, pero. Empezaba a sentirlo necesario. A veces todo hombre debe estar solo, pero. Sabía que estaba lejos de casa y que dentro de poco tendría que subir a tocar." Enajenarse del presente espaciotemporal resulta sencillo una vez abierto el vórtice de la reflexión autopensante. La consciencia crítica del universo y de la situación que representa uno mismo en su arquitectura infinitesimal posibilita el desgaje de todo marco que quiera darle coherencia. Uno es muy chico, termina reconociendo, y contingente también. Ser contingente, comprenderlo, verse uno en su contingencia perpetua, anula la percepción clara de la realidad y permite desglosarla en un número indefinible de capas. La realidad se torna confusa, y se desnaturaliza. El proceso de encarnar la vivencia del algo raro, de lo patente indefinido/ble lo coloca a uno en una posición de alteridad, que no conduce a nada que no sea esto de lo que vengo hablando: el extrañamiento. Charly, su voz lírica más bien pero aquí pareciera ser tan difícil separarlos, se sitúa de pronto, por la vivencia de su enajenamiento, en un punto que aunque les tan propio como pude llegar a serlo una pieza de hotel, se halla lejos lejos lejos de todo, y la escanción de la melodía que se hace cargo de estas palabras necesita remarcar la desesperación súbita que entraña esta lejanía. La fragmentación triple de una única palabra en unidades idénticas da pie a un recurso en el que se engrandece la distancia, por acumulación del mismo significado y del mismo sonido, acumulación al cubo de una idea que se halla ligada al origen del miedo. Así, bien podría decir: lejos, más lejos, demasiado lejos de todo. Y no se trata sólo de eso, sino del desgano, del cansancio que genera la vida del artista que, en gira por latitudes lejanas del todo que constituye el universo que uno habita cotidianamente, aquel microcosmos en donde en verdad se siente cómodo, se apresta, otra noche a repetir el rito homogéneo de su música invariable: faltaba poco para subir otra vez a tocar; otra vezlejos de todo lo que me es querido, a tocar, otra vez, lo mismo.



La segunda mitad de la composición alterna la melodía y postula una respuesta, que es la de no asistir al acto pautado, hija del momento de extrañamiento posibilitado por la soledad de la pieza de hotel surcada por un algo raro que maquinó confusas sensaciones e ideas. Hacerse cargo uno de su confusión permite diferenciar la voluntad de la repetición inconsciente. No querer estar con ustedes, porque acabo de descubrir que acaso la voy a pasar mal; en todo caso, no quiero arruinarles la noche, prefiero quedarme leyendo, en diálogo conmigo mismo. Es una opción que pudiera parecer irresponsable, pero que responde a una sensibilidad diseccionada y presta, antes que nada, a ser responsable con sus propias voliciones. Separarse, en un principio, para no hacer daño a los compañeros, que esperan de uno cierto comportamiento a tono con el clima de la representación musical; pero también, y tal vez más importante, no hacerse daño uno mismo, sufriendo lo que debería ser gozado y gozoso. No forzar el disfrute, acto que sólo conllevaría desencanto y frustración. Reconocer el desgano permite apuntar a una introspección que rebusque sus fuentes y sus posibles soluciones. Un impulso favorable conducirá a la retransformación del enajenamiento con la realidad en un acto positivo de elaboración artística, o de descubrimiento personal: podría ser, entonces, la lectura de un ave que vuela y no muere, comprendida así como el advenimiento posible de lo poético encerrado en uno mismo, descubierto, y libertado, en pos de no sufrirlo tanto, y de hacerlo público inmortalizándolo en música y poema. Música y poema, que, como esta canción, probable fruto de esta experiencia alienada, de sondar las cosas desde el otro lado, se hace eterna en el campo del arte: vuela y no muere.

\\Lunes 27 de febrero, 2017 11:45 p.m.