Cuando
era adolescente, adicta, como ahora, a internet, me llegó la noticia de un
videojuego japonés muy extraño, que salió allá por octubre de 1998, es decir, un
año después de que yo naciera, y que básicamente consistía en una emulación de
la vida onírica de un personaje que, capaz de atravesar por distintas secuencias
de sus sueños, controlamos durante estos viajes a su inconsciente hasta que nos
chocamos con una pared o contra algún bicho y nos despertamos. Esta premisa,
que así como suena no parece aportar nada interesante (¿para qué queremos
manejar a un personaje cuya identidad desconocemos por un mundo de gráficos 3D
pobremente renderizados en una experiencia que de jugable sólo tiene el
movimiento de la cámara en primera persona?) es, a pesar de todo, un
antecedente de walking simulator (que
como alternativa indie pasó a obtener
un mínimo reconocimiento en la industria del videojuego con el lanzamiento de Dear Esther en 2012, aunque al día de
hoy se mantiene el debate de si este tipo de diseños no son más que una
variante de novela gráfica o de narrativa con ciertos grados de inmersión) y
tiene una serie de elementos un toque macabros que hacen que la experiencia de
atravesar por sus niveles, construcciones aleatorias sobre una base de
escenarios “prefabricados” cuyos elementos se van generando a partir de
patrones inexplicables (y es en este punto en el que LSD: Dream Emulator, que
así se llamó este título de 1998 que, por supuesto, jamás se público fuera del
archipiélago japonés, apuntó a construir una dinámica de randomness y de extrañamiento similar a la que nos genera nuestra
propia experiencia de soñar cosas difíciles de descifrar) se
vaya poniendo, a medida que pasan las noches (los distintos niveles del juego,
que se van calificando según un eje cartesiano que distingue a los sueños entre
“estáticos” y “dinámicos” por un lado y “upper”, es decir, “alegres”, o “animados”
y “downer”, “depresivos”, por el otro), progresivamente más y más horrible. ¿De
qué estoy hablando? Primero que nada, de un personaje recurrente que es un anciano con sombrero vestido de gris que se te acerca y te despierta, haciéndote pasar de noche. Recuerdo haber leído comentarios de usarios comentando haberlo visto después de atestiguar, en un escenario que representa una ciudad de noche, un choque de autos y la muerte de una señora, o algo así, turbio. Y en segundo lugar, de una serie de videos intercalados en el
medio de los niveles jugables, que cuentan, al final, en la tablita que comenté
que califica a los sueños después de cada noche. Después de uno de estos videos, la noche pasa, y pasamos a la siguiente (que cubren los 365 días de un año, luego de lo cual el juego, sin más, termina). Los
videos que recuerdo son, obviamente, fragmentos inconexos que se caracterizan
por no narrar nada. (Hablo, ahora, a partir de mis recuerdos de la
adolescencia, en un momento en que, intrigada, se me dio por bajar un ROM y
probar por mi propia cuenta esta bizarreada de “jueguito” ponja). En uno, veía
secuencias fast-forward de personas
caminando por calles atestadas de ciudades de Japón. Gente cruzando la calle,
recorriendo galerías comerciales, shoppings,
subiendo y bajando por escaleras mecánicas. Antes de ver Koyaanisqatsi, la película de Godfrey Reggio, atestigüé impávido el
acelerado movimiento de una sociedad hipermoderna: la del capitalismo japonés. Entre
secuencia y secuencia, aparecían pantallas en negro con frases en ideogramas
blancos, escritos no en horizontal como hacemos con nuestro alfabeto latino
sino en vertical, y cuyo significado permanecerá por siempre siendo misterioso
para mí, porque, ¿me interesa buscar la traducción? No, no me interesa. LSD:
Dream Emulator es una basura inspirada en la experimentación psicotrópica. El
propio nombre, con un abuso flagrante del doble sentido, lo indica. Otra
secuencia: tomas de ovnis sobrevolando el cielo. ¿Cuál era el sentido de todo
esto? ¿Para qué alguien se impondría el tedio de explorar los mundos oníricos
de un jueguito pedorro que literalmente no dice nada, no explica nada, y ni
siquiera es divertido? En fin: acá les dejo una galería de imágenes para que se
den una idea. Si quieren saber más, pueden ver los cientos de gameplays que ya
hay en YouTube. O bajarse la ROM, emularlo, y sufrirlo en carne propia.
Todo
esto viene a cuenta del título de este blog, porque, seguramente, influida en
aquellos años formativos de mi vida por semejante mierda que consumía en
internet, sin saber los desequilibrios mentales que ya estaba propiciando para mi precario futuro, empecé a obsesionarme con mis sueños. La idea de
que una máquina es onírica no dice mucho, pero si me pongo a pensarle un
posible significado, este es sin lugar a dudas, el que sigue: el sueño es el
campo de lo inexpresado durante la vida diurna haciéndose un hueco en nuestra consciencia...si lo sabemos y deseamos escuchar. Por eso el sueño no es una mera
fantasía incoherente, como me detengo a explicarles a las personas que, negando
los propios sentimientos que a través de sus sueños les fueron revelados (v.
gr. “sueño que me chapo a un compañero, pero ese sueño es un disparate, no
tiene ningún sentido, a mi no me gusta
ese compañero, ni siquiera me gustan los hombres en general”), me insisten
con aquello de que los sueños no significan nada, que son puro non sense, y que hay que seguir de
largos sin darles mucha bolilla. Más tarde me psicoanalizaría. Leería Die Traudeutung, la interpretación de los sueños, aquel libro de Freud,
fundante de la teoría y de la terapia psicoanalítica, editado al filo del siglo XX, en el que se afirma que los sueños son la via regia de acceso al inconsciente. A
la edad de los 18 años, yo ya había acumulado dos cuadernos destinados a
escribir, cuando me los acordaba, cuando hacía el esfuerzo consciente de
acordármelos, mis sueños. Es algo que todavía hago, esperando, ilusionadísima,
que en algún momento eso me va a llevar a desarrollar habilidades de lo que se
convirtió en un meme (como casi todas las cosas en internet durante los últimos
cuatro años): el lucid dreaming,
preconizado por el investigador yanqui Stephen LaBerge, pero del que ya nos
hablaba el aristócrata sinólogo francés Saint Denys en el siglo XIX…de hecho, a
mí, por lo menos, no me cabe la duda de que todas las culturas del mundo que
con vanidad catalogamos “primitivas”, a la hora de hablar de los asuntos que
hoy en día, por carecer de una palabra mucho más detallada, denominamos “espirituales”,
conocían mucho más que todes nosotres con respecto a estos asuntos de los
sueños en general y de los sueños lúcidos en particular…
Una
máquina onírica sería, en fin, un deseo imposible. Una máquina que se conecta a
mi mente, y que transmite, sobre un proyector, mis sueños. Y ahí habría todo un
catálogo lleno de carpetas que archivan todos los sueños que tuve, por cada día
del año. Para que yo pueda volver y visitar y mostrarle a mis amigues los
sueños pasados cuando yo quiera. Pero, en fin, los sueños no son sino el
fenómeno más subjetivo que cabe suponer. Son sensaciones, además de
pensamientos. Más bien, pensamientos que se figuran por medio de imágenes,
recuerdos, sentimientos, sensaciones. Algo inexpresable. Algo que no se puede
transmitir. Poder proyectarlos sería un vano reflejo de la potencia que ellos
significan cuando, receptives, conectades con nuestro inconsciente, nos dejamos
atravesar por ellos y la cruda verdad que nos reflejan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario