domingo, 12 de julio de 2020

Resolviendo incógnitas: ¿Por qué este blog se llama máquina onírica?




Cuando era adolescente, adicta, como ahora, a internet, me llegó la noticia de un videojuego japonés muy extraño, que salió allá por octubre de 1998, es decir, un año después de que yo naciera, y que básicamente consistía en una emulación de la vida onírica de un personaje que, capaz de atravesar por distintas secuencias de sus sueños, controlamos durante estos viajes a su inconsciente hasta que nos chocamos con una pared o contra algún bicho y nos despertamos. Esta premisa, que así como suena no parece aportar nada interesante (¿para qué queremos manejar a un personaje cuya identidad desconocemos por un mundo de gráficos 3D pobremente renderizados en una experiencia que de jugable sólo tiene el movimiento de la cámara en primera persona?) es, a pesar de todo, un antecedente de walking simulator (que como alternativa indie pasó a obtener un mínimo reconocimiento en la industria del videojuego con el lanzamiento de Dear Esther en 2012, aunque al día de hoy se mantiene el debate de si este tipo de diseños no son más que una variante de novela gráfica o de narrativa con ciertos grados de inmersión) y tiene una serie de elementos un toque macabros que hacen que la experiencia de atravesar por sus niveles, construcciones aleatorias sobre una base de escenarios “prefabricados” cuyos elementos se van generando a partir de patrones inexplicables (y es en este punto en el que LSD: Dream Emulator, que así se llamó este título de 1998 que, por supuesto, jamás se público fuera del archipiélago japonés, apuntó a construir una dinámica de randomness y de extrañamiento similar a la que nos genera nuestra propia experiencia de soñar cosas difíciles de descifrar) se vaya poniendo, a medida que pasan las noches (los distintos niveles del juego, que se van calificando según un eje cartesiano que distingue a los sueños entre “estáticos” y “dinámicos” por un lado y “upper”, es decir, “alegres”, o “animados” y “downer”, “depresivos”, por el otro), progresivamente más y más horrible. ¿De qué estoy hablando? Primero que nada, de un personaje recurrente que es un anciano con sombrero vestido de gris que se te acerca y te despierta, haciéndote pasar de noche. Recuerdo haber leído comentarios de usarios comentando haberlo visto después de atestiguar, en un escenario que representa una ciudad de noche, un choque de autos y la muerte de una señora, o algo así, turbio. Y en segundo lugar, de una serie de videos intercalados en el medio de los niveles jugables, que cuentan, al final, en la tablita que comenté que califica a los sueños después de cada noche. Después de uno de estos videos, la noche pasa, y pasamos a la siguiente (que cubren los 365 días de un año, luego de lo cual el juego, sin más, termina). Los videos que recuerdo son, obviamente, fragmentos inconexos que se caracterizan por no narrar nada. (Hablo, ahora, a partir de mis recuerdos de la adolescencia, en un momento en que, intrigada, se me dio por bajar un ROM y probar por mi propia cuenta esta bizarreada de “jueguito” ponja). En uno, veía secuencias fast-forward de personas caminando por calles atestadas de ciudades de Japón. Gente cruzando la calle, recorriendo galerías comerciales, shoppings, subiendo y bajando por escaleras mecánicas. Antes de ver Koyaanisqatsi, la película de Godfrey Reggio, atestigüé impávido el acelerado movimiento de una sociedad hipermoderna: la del capitalismo japonés. Entre secuencia y secuencia, aparecían pantallas en negro con frases en ideogramas blancos, escritos no en horizontal como hacemos con nuestro alfabeto latino sino en vertical, y cuyo significado permanecerá por siempre siendo misterioso para mí, porque, ¿me interesa buscar la traducción? No, no me interesa. LSD: Dream Emulator es una basura inspirada en la experimentación psicotrópica. El propio nombre, con un abuso flagrante del doble sentido, lo indica. Otra secuencia: tomas de ovnis sobrevolando el cielo. ¿Cuál era el sentido de todo esto? ¿Para qué alguien se impondría el tedio de explorar los mundos oníricos de un jueguito pedorro que literalmente no dice nada, no explica nada, y ni siquiera es divertido? En fin: acá les dejo una galería de imágenes para que se den una idea. Si quieren saber más, pueden ver los cientos de gameplays que ya hay en YouTube. O bajarse la ROM, emularlo, y sufrirlo en carne propia.


Todo esto viene a cuenta del título de este blog, porque, seguramente, influida en aquellos años formativos de mi vida por semejante mierda que consumía en internet, sin saber los desequilibrios mentales que ya estaba propiciando para mi precario futuro, empecé a obsesionarme con mis sueños. La idea de que una máquina es onírica no dice mucho, pero si me pongo a pensarle un posible significado, este es sin lugar a dudas, el que sigue: el sueño es el campo de lo inexpresado durante la vida diurna haciéndose un hueco en nuestra consciencia...si lo sabemos y deseamos escuchar. Por eso el sueño no es una mera fantasía incoherente, como me detengo a explicarles a las personas que, negando los propios sentimientos que a través de sus sueños les fueron revelados (v. gr. “sueño que me chapo a un compañero, pero ese sueño es un disparate, no tiene ningún sentido, a mi no me gusta ese compañero, ni siquiera me gustan los hombres en general”), me insisten con aquello de que los sueños no significan nada, que son puro non sense, y que hay que seguir de largos sin darles mucha bolilla. Más tarde me psicoanalizaría. Leería Die Traudeutung, la interpretación de los sueños, aquel libro de Freud, fundante de la teoría y de la terapia psicoanalítica, editado al filo del siglo XX, en el que se afirma que los sueños son la via regia de acceso al inconsciente. A la edad de los 18 años, yo ya había acumulado dos cuadernos destinados a escribir, cuando me los acordaba, cuando hacía el esfuerzo consciente de acordármelos, mis sueños. Es algo que todavía hago, esperando, ilusionadísima, que en algún momento eso me va a llevar a desarrollar habilidades de lo que se convirtió en un meme (como casi todas las cosas en internet durante los últimos cuatro años): el lucid dreaming, preconizado por el investigador yanqui Stephen LaBerge, pero del que ya nos hablaba el aristócrata sinólogo francés Saint Denys en el siglo XIX…de hecho, a mí, por lo menos, no me cabe la duda de que todas las culturas del mundo que con vanidad catalogamos “primitivas”, a la hora de hablar de los asuntos que hoy en día, por carecer de una palabra mucho más detallada, denominamos “espirituales”, conocían mucho más que todes nosotres con respecto a estos asuntos de los sueños en general y de los sueños lúcidos en particular…



Una máquina onírica sería, en fin, un deseo imposible. Una máquina que se conecta a mi mente, y que transmite, sobre un proyector, mis sueños. Y ahí habría todo un catálogo lleno de carpetas que archivan todos los sueños que tuve, por cada día del año. Para que yo pueda volver y visitar y mostrarle a mis amigues los sueños pasados cuando yo quiera. Pero, en fin, los sueños no son sino el fenómeno más subjetivo que cabe suponer. Son sensaciones, además de pensamientos. Más bien, pensamientos que se figuran por medio de imágenes, recuerdos, sentimientos, sensaciones. Algo inexpresable. Algo que no se puede transmitir. Poder proyectarlos sería un vano reflejo de la potencia que ellos significan cuando, receptives, conectades con nuestro inconsciente, nos dejamos atravesar por ellos y la cruda verdad que nos reflejan.




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